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EL ARGENTINO QUE DECIDIÓ QUEDARSE EN UCRANIA

Oscar Peña es mendocino, tiene 63 años, hace 27 vive en Ucrania y conoce al detalle la historia del país invadido por Rusia. Casado con una especialista en filología, padre de seis y abuelo de dos nietas, decidió quedarse junto a su familia a enfrentar las adversidades de esta cruenta guerra. "Putin minimizó el amor a la patria que siente el pueblo ucraniano", le dijo a nuestro enviado especial.

“El día del ataque mis hijos se despertaron por los estruendos. ¡Ese día comenzó la guerra!”

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Por Fernando Oz

El 24 de febrero, a las siete menos diez de la mañana, Oscar Alberto Peña observó, a través de la ventana del living de su casa, cómo caían los misiles rusos en el aeropuerto militar de Ivano-Frankivsk. La explosión lo paralizó y por minutos se quedó viendo el humo. Así comenzó el primer día de la invasión de Rusia a Ucrania. Fue un ataque masivo a unos treinta objetivos estratégicos, todos en menos de ocho horas.

Peña es argentino, nació en Mendoza y llegó hace 27 años a Ucrania, donde decidió echar raíces. Ahora tiene 63, una esposa especialista en filología, seis hijos y dos nietas. “El día del ataque mis hijos se despertaron por los estruendos. ¡Ese día comenzó la guerra!”, recuerda mientras conversamos en el patio de un orfanato.

Uliana, de 32 años y madre de dos niñas, y Natalia, de 29, son las dos hijas mayores de Peña y dejaron su casa tras casarse. Aún viven con él y su esposa sus otros cuatro hijos: Sofía, de 20; José de 18; y los mellizos, Luba y Llubav, de 16 años. El día del ataque, sus nietas y Uliana tuvieron que abandonar la casa en la que se encontraban por la peligrosa cercanía al aeropuerto militar.

Recuerdo que cuando conocí a Peña no sonaron las sirenas y nadie tuvo que esconderse en ningún refugio, el cielo no parecía amenazador y el sol aplacaba el frío. José aún tenía 17 y el debate era qué hacer con él. Ningún varón de 18 a 60 años podía abandonar el país. Lo que significaba que Peña tenía dos días para definir si enviar o no a su hijo al exterior, al exilio, a sumarse a esa extensa lista de cientos de miles de refugiados ucranianos. Peña no quería correr el riesgo de que el joven fuera convocado para marchar al campo de combate. De hecho, le hubiese gustado sacar a todos sus hijos y nietos del país, pero ninguno de ellos quiso hacerlo. Entonces, la familia Peña decidió quedarse y José anunció sus deseos de unirse a las fuerzas para la defensa territorial de la nación ucraniana.

Ucrania se estaba despidiendo de la Unión Soviética cuando Peña llegó a Ivano-Frankivsk. En ese momento, la situación económica del país era un desastre. “Pasé la transición, vi llegar Coca-Cola y los primeros McDonald’s. Después la identidad ucraniana fue creciendo y viví la Revolución Naranja en 2004 y la de febrero de 2014. Luego vino la invasión a Crimea y más adelante a la región del Donbás”, cuenta. Y opina que la invasión de Rusia era algo que se veía venir desde hace muchos años.

“Ucrania existe como nación desde 1991, intentó ser independiente en 1917 y por diferentes razones e invasiones no pudo. Pero su verdadera independencia se viene afianzado desde el 2004”, señala antes de quejarse de la “tibia” participación que está teniendo la vieja Europa de cara al triste escenario bélico.  “En 1994 Ucrania firmó el memorándum de Budapest, allí renunció voluntariamente a las armas nucleares que le habían quedado de épocas de la Unión Soviética. Ellos entregaron esas armas a Rusia. Como contrapartida, los países que firmaron el memorándum (Rusia, Estados Unidos, Reino Unido, China y Francia) se comprometían a defender la territorialidad de Ucrania y defenderla en caso de ataque. No están cumpliendo una obligación que firmaron en 1994. Ucrania quedó desarmada, lo único que tiene son centrales atómicas para producir energía eléctrica con fines pacíficos como la de Zaporiyia, que es la más grande de Europa, y nos dan la espalda”, sostiene entre otros argumentos.

A Peña no le gustaba el presidente Volodímir Zelenski, opinión que cambió con el correr de la guerra. Lo mismo indican diferentes sondeos de opinión pública. “Sinceramente no me esperaba que tuviera el nivel que está mostrando ahora. Lo acompaña una gran valentía, un gran coraje, y logró unir lo que varios políticos no han podido hacer durante años”.

Las dos únicas niñas que aún habitan el orfanato dejaron de jugar en el patio porque las llamaron para el almuerzo. Las otras ocho se encontraban rumbo a Moldavia bajo la custodia de tres monjas. Los niños del orfanato que se encuentra al lado se fueron a Eslovaquia. Pero Polonia sigue siendo el principal destino de los ucranianos que escapan de la guerra. “Nos abren las puertas porque acá no hay inconvenientes con los países vecinos. Tampoco entre rusos o ucranianos, no hay discriminación. La mayoría del pueblo ucraniano también habla ruso, eso es común. Hay ucranianos con la madre o el padre rusos, son nuestros vecinos. Lo mismo pasa con los bielorrusos, somos pueblos amigos”, explica Peña.

—¿En el frente se habla de la presencia de sirios, chechenos y mercenarios de otras partes combatiendo para los rusos?

Eso es verdad, los pobres rusos que vienen no tienen ni motivación. Ellos están mandando jóvenes a combatir a las primeras líneas, no tienen respeto por la vida. Después buscan arrasar todo con misiles y artillería. También envían asesinos y mercenarios, que son los carniceros de la población civil. Eso no es digno, no son dignos. – dice con una tonada mendocina que parece no haberse aplacado con los años. 

Lo que afirma Peña puede corroborarlo Jhardan, un militar ucraniano que luego de llegar del frente de batalla me comentó que tuvieron que cambiar sus tácticas de combate sobre la marcha, en plena deadline. Fue después de haberse topado “con muchos soldados rusos muy jóvenes, sin experiencia” y que preferían rendirse a tener que seguir en una guerra que “no sienten como propia”. Desde entonces —cuenta el oficial— “intentamos no matar, y sí atrapar más prisioneros”.

Pero de este lado del conflicto también hay muchachos, casi adolescentes. Los he visto en trenes que transportan tropas, en los retenes apostados en las entradas a las ciudades y pueblos, en las barricadas improvisadas, en un pozo de zorro al inicio de alguna trinchera, en los refugios descansando abrazados al fusil, en los ataúdes de los velatorios. Los datos oficiales del ministerio de Defensa de Ucrania indican que el número de voluntarios entre 18 y 25 años superó las expectativas, entonces el Gobierno decidió que sólo vayan al frente quienes tengan como mínimo un año de adiestramiento militar, en caso de que se los convocara. De todos modos, todos se preparan.

Peña recuerda que en tiempos de la Unión Soviética hubo mucha represión y destierros y pone de ejemplo a la familia de su esposa: “Mi suegro, cuando tenía siete años fue deportado junto a sus padres y hermanos a Siberia. Todos volvieron después de una década. Él murió allá. Los que están ahora en Ucrania son los hijos y los nietos de todos los sobrevivientes de un régimen que amenaza con volver”.

Desde que nos conocimos, con Oscar nos mensajeamos una vez por semana. Ahora que regresé a Argentina, me envía noticias, algún comentario, cosas por el estilo, Yo trato de saber cómo se encuentran su familia y él. Es un hombre cortés, culto, de esos de los que aún quedan con convicciones, además, cauto ante la adversidad de una guerra donde la vida queda a expensas de lo que vaya a caer del cielo. Unos días antes del cierre de esta edición de la revista GENTE, nos comunicamos, ahora por videollamada. Me cuenta que su familia se encuentra bien y que hubo nuevos ataques en las afueras de Ivano-Frankivsk.

Por suerte, su hijo José sigue en la universidad y aún no se enlistó en las fuerzas de la defensa territorial. Supone que en algún momento lo llamarán, aunque también sabe que hay una gran cantidad de voluntarios y que primero convocan a los que hicieron el servicio militar o tuvieron alguna experiencia en el manejo de armas. “Varios amigos míos —me dice— me habían ofrecido sacar del país a mi hijo José antes del día de su cumpleaños 18. Y sabés que él no se quiso ir. Te conté”, me recalca. Más adelante, pone tono grave, algo solemne, para decir: “Respeto su decisión y me siento muy orgulloso”. Pero luego se quiebra y con voz aflautada desliza un “claro que me sentiría más tranquilo si él estuviese en el exterior”.

Luego, como si fuese un presentador de noticias, hace un resumen de las novedades que hay en las distintas regiones del país. Lo hace con evidente esmero y precisión. Tiene la certeza de la información de quien se encuentra en el terreno y con las narices en el día a día. Su lógica obsesión por saber lo que pasa en el país en el que vive él y su familia, lo lleva a sintonizar programas de la televisión rusa para saber qué dicen en el país invasor.

Me cuenta sobre las masacres que realizaron los militares rusos en Irpin y Bucha. Violaciones, torturas, ejecuciones. “Hay muchas chicas que quedaron embarazadas”, expresa después de un largo silencio. El vacío se extiende por unos segundos más, Peña respira profundo y continúa con su parte informativo. Comparte su preocupación por el hostigamiento y avance ruso en el sur del país y suelta un aire de optimismo cuando dice que muchas familias que habían dejado Ucrania, al principio de la guerra, regresan al país porque “se dieron cuenta de que hay que quedarse para apoyar la defensa”. Es de los que creen que, para Ucrania, éste es un momento crucial como nación independiente. “Esta guerra deja bien claro que Ucrania no quiere ser esclava de Rusia”, apunta lentamente, como separando sílabas.

Sostiene que Putin subestimó la capacidad de defensa de Ucrania y explica que “el país viene preparándose desde hace ocho años, después de la primera invasión a Crimea y a la región de Donbás”. También dice que el exespía de la KGB “minimizó el amor a la patria que siente el pueblo ucraniano” y que se sabía que todo esto podía suceder. Antes de despedirse se cabrea y me advierte que “Putin quiere ser el nuevo Ivan El Terrible, quiere un imperio ruso y va a hacer todo lo posible para conseguirlo”. Le contesto que no es el único que piensa eso y prometo llevarle un paquete de yerba el próximo mes, cuando regrese a Ucrania y a su encuentro. 

“Mi suegro, cuando tenía siete años fue deportado junto a sus padres y hermanos a Siberia. Todos volvieron después de una década. El murió allá. Los que están ahora en Ucrania son los hijos y los nietos de todos los sobrevivientes de un régimen que amenaza con volver”.

Oscar Peña