La batalla argentina más caliente contra el narcotráfico
*
Por Fernando Oz
Ni los sensibles radares, ni la pantalla de la potente cámara con visión nocturna lograron adelantar la presencia de la lancha a motor que acaba de cruzar como rayo por delante de una de las patrulleras artilladas más modernas de Sudamérica. Los guardianes del Paraná creen que se trata de contrabandistas y se lanzan a su búsqueda. Dos de los uniformados toman sus chalecos antibalas, suben las escaleras y prenden un par de reflectores con los que se podría iluminar un estadio olímpico, pero ni el resplandor de la luna sirven para tajar la espesa noche que envuelve el río y el monte. Minutos después, los sospechosos se cruzan frente a los ojos del radarista como si se rieran de la situación. Ya no había duda de que se trataba de hábiles piratas de agua dulce. Tres horas después, el rostro de los siete hombres de la Prefectura Naval Argentina seguía por el piso: se les escapó una liebre y no habían tenido un buen día de caza.
Las amarronadas aguas del rio Paraná y las verdosas del río Iguazú se fusionan en el corazón de la llamada Triple Frontera, zona limítrofe entre Argentina, Brasil y Paraguay. Una región llena de fantasmas e increíbles historias de respetables contrabandistas, sigilosos narcotraficantes de cuello blanco, terroristas que desayunan en finas lavanderías de dinero, aduaneros corruptos, despistados turistas perdidos en el Babel de las Cataratas y otros inquietantes personajes.
Desde mediados de los 90′, Estados Unidos viene poniendo las narices en las tres ciudades fronterizas en las que se convive en varios idiomas. Después del atentado en 2001 del World Trade Center, diferentes agencias de inteligencia se instalaron en el área. En el extenso expediente del atentado a la AMIA en 1994, en Buenos Aires, se señala a la Triple Frontera —donde vive la segunda comunidad árabe más importante de Sudamérica— como un eslabón fundamental de la voladura de la mutual judía.
Hoy la región sigue siendo uno de los principales centros de tráfico de drogas, de todo tipo de contrabando, y uno de los centros de lavado de dinero más importantes del continente, según coinciden especialistas y organismos de seguridad de diferentes gobiernos.
NAVEGANDO POR UN RÍO DE CONTRABANDISTAS
El “Colo” es el prefecturiano de mayor grado en la lancha artillada que custodia hoy más de 1.400 kilómetros de ríos que sirven de autopista para el tráfico ilegal. Tiene 33 años y, desde hace una semana, lo esperan su esposa y su pequeña hija. Lo observo cansado, pero el oficial principal Marcos Daniel Silvestri parece tener la obsesión por mirar el río sin pestañear. “Me consta a diario que hacemos todo lo que está a nuestro alcance para impedir el contrabando, pero es muy difícil”, dice al recordar a la escurridiza embarcación que dos horas atrás le cruzó por las narices.
Sin dejar de escrutar el agua con visores nocturnos, el “Colo” dice que cuando se inició la pandemia por Covid-19 y se cerraron las fronteras, en la zona los contrabandistas superaron en cantidad a los mosquitos. Lo mismo opinan fuentes del Ministerio de seguridad de la Nación y de la Dirección Nacional de Aduanas consultadas por este cronista antes de pasar dos días con los guardianes de la aorta de la Triple Frontera. Canoas, gomones, piraguas y lanchas de diferente porte sirven para pasar de una costa a la otra, comestibles, electrónica, drogas, armas o lo que fuera, tanto para consumo local y para inundar el mercado ilegal del país.
“Todo depende del cambio. Por ejemplo, ahora lo que más se contrabandea son comestibles, legumbres, soja, vinos, es de Argentina hacia Paraguay o Brasil. Lo que no deja de venir del otro lado son la marihuana y cocaína, en menor medida”, señala en tierra firme un oficial con un importante cargo de la Prefectura Naval en la zona. Los métodos son cada vez más sofisticados: ahora los delincuentes están utilizando jet ski, pequeñas lanchas a control remoto y hasta drones con visores nocturnos para avisar cuando se acercan las patrullas de la fuerza argentina.
A juzgar por los ojos en permanente alerta del ayudante de primera Fernando Digiovane, todo hace suponer que patrullar a esta altura del Paraná no es lo mismo que navegar por el Delta de Tigre. No es el prefecturiano de mayor rango, pero sí el de más edad. Pasó más de la mitad de sus 45 años custodiando puertos y puestos fronterizos.
“Casi todos los que estuvimos en esta frontera fuimos atacados a tiros. Acá hay gente que contrabandea mercadería para el almacén del barrio, algunos hasta para llenar la olla del día. Ése no es gran problema porque es algo que se puede controlar, no te van a pegar un tiro por diez kilos de harina o veinte litros de aceite”, sostiene uno de los uniformados mientras fuma un cigarrillo en una parada de rutina en un muelle improvisado a menos de cinco minutos del puente internacional Tancredo Neves, que une la ciudad argentina de Puerto Iguazú con la brasileña de Foz de Iguazú. Tira la colilla en un balde de agua y cuenta una anécdota: “Yo estuve cuando del lado paraguayo nos tiraron con una AK-47 porque con una de las lanchas más chicas intentamos parar a un bote lleno de bultos que habían cruzado de este lado del canal. Cuando nos ven pegan la vuelta y no pudimos seguir avanzando, le cubrieron la fuga a los tiros”.
El canal es la zona más profunda del río y divide al Paraná de manera zigzagueante, es decir, que los contrabandistas tienen la mitad del río a favor. Fuentes dentro y fuera del patrullero artillado bautizado El Timbú aseguraron que “la Armada paraguaya hace la vista gorda a las lanchas que llevan o traen mercadería de manera ilegal”. En alguna que otra ocasión, los marinos del vecino país disputaron centímetros del canal por proteger a los “paseros” amigos.
VELOZ Y POTENTE, PERO NO SUFICIENTE
El Timbú tiene armas pesadas que por protocolo no puede usar Prefectura. Portan armas de menor calibre y escopetas con postas de goma. “Uno observa una embarcación con bolsas de consorcio negras y no sabe qué es hasta que las confisca. A veces es peligroso, porque te tiran de ambas costas con cualquier cosa, hasta con cañones caseros tipo tres tiros que llenan de tuercas; te pegan a cincuenta metros en la cabeza y te matan”, grafica un uniformado que patrulla con barro hasta las rodillas entre el río y los montes de la zona ribereña.
La lancha artillada de Prefectura es una de las estrellas de su flota. Fue fabricada en el astillero israelí Shipyards Ltd de Haifa y entró en servicio en 2018. Es una potente embarcación de la clase Shaldag que cuenta con la capacidad de levantar 48 nudos (90 kilómetros por hora) y tiene una ametralladora pesada calibre 50 instalada en la proa, 25,5 metros de eslora (largo), 6 metros de manga (ancho) y 1 metro de calado. Además, está equipada con sistemas ópticos y electroópticos giroestabilizadores de observación diurna y nocturna, armamento de 20 mm operado a distancia, con cámaras electroópticas de alta precisión.
La base de El Timbú se encuentra en la ciudad de Posadas y patrulla desde la localidad correntina de Esquina hasta la formoseña Clorinda y desde la Isla del Cerrito hasta la ciudad de las Cataratas. Más de 1.400 kilómetros por los ríos Pilcomayo, Paraguay, Paraná, e Iguazú. El capitán es el Subprefecto Matías Rigoni y tiene a su cargo una tripulación de una docena de hombres, la mayoría de ellos entrenados en Israel para conocer cada detalle de la nave. En esa misma zona también opera otra artillada, bautizada Guaraní, pero se encuentra en reparación.
Como casi todo en Argentina, la compra de El Timbú y de otras tres embarcaciones con las mismas características generó polémica. En este caso, por el precio de la compra que realizó el gobierno del ex presidente Mauricio Macri después de una vista de la entonces ministra de Seguridad Patricia Bullrich a Israel: el artillado flotando listo más todo el moderno sistema de vigilancia, por 84 millones de dólares. La Federación de la Industria Naval Argentina (FINA) fue la primera en cuestionar el gasto de 49 millones de dólares en las cuatro lanchas Shaldag y aseguraron que por ese monto en el país se podrían construir 20 lanchas, aunque sin el armamento y la tecnología.
EN PERMANENTE ALERTA
Por ser especialista en navegación, el primer oficial Cristian Macias es quien está al mando de El Timbú cuando se encuentra en marcha sobre el río. También hace pan casero en la reducida cocina de la nave. “Acá todos cocinamos y hacemos de todo, desde la limpieza hasta el mantenimiento del equipo. Yo manejo el timón, opero el radar o la cámara, y también hago lo más rico”, manifiesta mientras mete las manos en la masa. Tiene una hija, una esposa a la que conoce desde que ambos eran niños, y sus padres tienen un complejo hotelero en un punto turístico de Corrientes. “Lo que sé del río, en parte, lo aprendí de mi padre, que fue guía de pesca. Yo amo estar acá, no hubiese elegido otro destino”, comenta orgulloso el joven prefecto de 30, que no tutea a nadie por más distendido que se encuentre.
“Yo estuve doce años en Ushuaia, controlábamos la pesca ilegal. Muchos barcos chilenos y algunos de China, pero nada que ver con las cosas que pasan acá. Ésta es una zona peligrosa”, cuenta el contramaestre Ramón Ferreira mientras maneja el timón, que parece un extraño joystick de PlayStation. El sol le pega de frente. Él, junto al cabo primero electricista Ricardo Lugo, de 28 años, son los más jóvenes de la tripulación.
El martes 8 de febrero, Prefectura decomisó más de 1.300 kilos marihuana en “dos procedimientos” realizados en la costa del Paraná, a la altura de la localidad misionera de Puerto Libertad. El primero fue durante un patrullaje terrestre donde se toparon con una persona que llevaba unos bultos. El sospechoso escapó, pero los uniformados encontraron 37 paquetes que en su interior contenían 1.088 panes de marihuana. Similar suerte tuvo otro pelotón a la altura del kilómetro 1.853 del río, que se encontró con una camioneta con las puertas abiertas y siete paquetes con 221 panes de la misma sustancia.
El jefe de la Prefectura en Puerto Iguazú, prefecto principal Cristian Montiel Zini, llegó a ese destino hace un mes. De todos modos, conoce la zona y coincide en que el tráfico ilegal se disparó con la pandemia. Según los números que tiene, el año pasado esa fuerza secuestró diez toneladas de marihuana, tres kilos de cocaína y diferente tipo de mercancía valuada en algo más de 100.000 millones de pesos. En los primeros dos meses de 2021 van cuatro toneladas de marihuana y un kilo de cocaína. A juzgar por la cantidad de decomiso, el número de detenidos desde que comenzó la pandemia es ínfimo: tres presos y treinta ciudadanos extranjeros expulsados.
El aire acondicionado de la lancha artillada hace que la estadía en el Paraná sea más agradable. Estar en la Cubierta con más de 35 grados de temperatura, la aplastante humedad y el sol del mediodía se vuelve imposible. El menú del día en El Timbú es guiso y tres de sus tripulantes toman el primer turno para almorzar.
Ninguno de los que estábamos en la mesa había llegado al quinto bocado cuando el oficial Macias cruza la puerta que divide el puente de navegación y el reducido comedor. No hace falta decir nada, un gesto es suficiente para que el oficial principal Silvestri salte como un resorte y dé por finalizado el almuerzo para todos. Los motores se aceleraron y la mitad de la dotación sale a cubierta con sus armas y chalecos antibalas. En menos de tres minutos, el “Colo” y dos de sus hombres se encontraban montados sobre el gomón con motor fuera de borda avanzando a toda velocidad sobre un bote a remo que estaba listo para cruzar al lado paraguayo repleto de bolsones y cajas.
Desde el puente de navegación, Macías sigue de cerca los movimientos de los “paseros” –como se los llaman la zona– a través de la moderna cámara de embarcación. Degiovane permanece apostado en la cubierta, a babor, con una escopeta en la mano. Nadie sabe qué puede pasar, nadie sabe si los contrabandistas tienen cómplices escondidos o si se encuentran armados, nadie sabe qué puede haber en esas cajas de cartón ni en los otros bultos. A simple vista, solo se ve a dos hombres sobre el bote a remo y otros dos a unos 200 metros apoyados como si nada sobre un destartalado Peugeot 504.
Nadie ofreció resistencia, los que tenían la mercadería fueron detenidos, ambos paraguayos, uno de 43 años y otro de 19. Los otros dos que estaban con sus autos marchitos no dieron demasiadas explicaciones, uno dijo que esperaba su esposa y el otro era remisero que lo único que había hecho fue trasladar la mercadería por 2.000 pesos, nada fuera de la ley, no tenía por qué saber que era para pasarla de manera ilegal a Paraguay. En el bote de madera había bolsas de harina, cebollas, cajas de aceite, vino, cerveza, alfajores y cuatro maples de huevo, una suma que apenas superaba los 40.000 pesos. El operativo no duró ni diez minutos y el papeleo y la confección de las actas de incautación unas dos horas. “Esto pasa todos los días, a toda hora. Podés encontrar cincuenta bolsas de cemento, pollos, o trescientos kilos de marihuana y quedar en medio de un tiroteo”, cierra con resignación uno de los guardianes del río. ∞
UN COLADOR INCONTROLABLE
Al nordeste del país, Misiones parece caerse del mapa argentino. Tiene 1.391 kilómetros de frontera, de los cuales solo 124 lindan con el territorio nacional; 900 con Brasil y otros 367 con Paraguay. Hay unos 35 pasos fronterizos legales; en algunos casos son los puentes que cruzan sobre el cauce de los ríos; en otros hay simples cordones de cemento sobre unas pocas cuadras que finalizan con montes hacia ambos lados. Esa particular geografía de ríos, más o menos angostos, de montes, más o menos espesos, de puesto fronterizos, más o menos efectivos, y cientos de kilómetros sin control alguno, favorece el accionar de redes dedicadas al delito transnacional organizado. El contrabando tiene tantas caras como posibilidad de negocios: narcotráfico, trata de personas, tráfico de seres humanos, de armas, lavado de activos, secuestros, robo de vehículos, adulteración, falsificación y más tantos más como se les ocurra.
Prefectura Naval, Gendarmería, Policía Federal, y la Policía de Seguridad Aeroportuaria tienen presencia en la provincia con más kilómetros de frontera del país. El sistema de cámaras instalado del lado argentino de la Triple Frontera, al igual que en otros puntos, ayuda a identificar cuando se está produciendo un cruce ilegal, pero el problema surge cuando no hay suficientes efectivos para acudir por tierra o río de la manera más rápida posible. Lo mismo sucede con los radares móviles o con los que utiliza la Fuerza Aérea para controlar el creciente número de vuelos irregulares.
Si todas las fuentes oficiales coinciden en que el tráfico ilegal aumentó desde que se desató la pandemia por Covid-19 y las propias fuerzas aceptan entre dientes que están superadas: ¿Cómo habrá sido cuando las fronteras se encontraban abiertas?