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Por Fernando Oz
Foto: Carolina Todesco Danza, Armando Rosales y Ramiro Imbaud
Un coro de pájaros se escucha detrás de la voz de Ramiro. También hay algunas risas que parecen llegar desde más lejos, como en un tercer plano. Porque en el territorio del sufrimiento también hay risas. El fondo sonoro que lo rodea se encuentra en Mangundze, un poblado de la provincia de Gaza, el sur de Mozambique (África), donde Ramiro Agustín López Imbaud presta servicios como médico de la Agencia Argentina de Cooperación Internacional y Asistencia Humanitaria – Cascos Blancos. “No importa la plata, no importa el color de piel, todo te duele de la misma forma. Las sonrisas son de la misma forma, los dolores también”, dice el médico argentino acerca de su tercera misión humanitaria allí.
En Gaza la mitad de la población tiene HIV, mientras que en el país, las fuerzas de seguridad locales vienen manteniendo continuos combates con grupos yihadistas, especialmente en el norte, donde al menos 784 mil personas se han visto forzadas a dejar sus hogares debido a la violencia, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de Naciones Unidas.
Ramiro, que nació hace 34 años en Tucumán, cumplió su sueño: “Desde chiquito siempre había querido viajar con Cascos Blancos. Trabajando en la guerra en África, o en esos territorios vulnerables donde hace falta ayuda”. Parece que es cierto eso que dicen sobre que hay que tener cuidado con lo que uno desea, en especial cuando se trata de territorios de las fronteras entre los sueños y las pesadillas son delgadas.
Después de cada misión, Ramiro vuelve al consultorio de la Clínica Trinidad, en el barrio porteño de Palermo, donde tiene pacientes con problemas gastroenterólogos. Cuando termina cuelga su delantal y camina cinco cuadras hasta su departamento, donde lo espera un baño con agua caliente y comida fresca en la heladera. Por las noches, mientras lee un libro o ve una serie en Netflix, su mente lo traslada al continente africano y piensa en todos esos rostros cuyas complejidades clínicas no pudo atender debidamente por la falta de insumos médicos.
“Trabajamos en poblados donde muchas personas nunca fueron atendidas por un médico. Algunos quizás ni siquiera vieron un blanco. Nos metemos en comunidades que viven como hace más de trescientos años, sin agua, sin luz, a la intemperie. Es complejo. Nosotros damos un medicamento para la presión, pero somos conscientes de que cuando se acaba el paciente no lo va a volver a tomar. Así es complicado llevar cualquier tipo de tratamiento”, cuenta Imbaud. Y es en ese momento donde todo se desmorona: “A la vez nos cansamos, frustramos”, admite.
La voz de Ramiro se apaga y acompaño su silencio desde este lado del Atlántico. Me lo imagino mirando al piso, mordiéndose el labio inferior, conteniendo la respiración, tragando hiel. Es una escena que se repite en mi mente, que me recuerda a otros escenarios, imágenes en escala de grises, sombras. Pero nunca hay un silencio absoluto. El ruido del ambiente no para: el mundo sigue girando, como el coro de pájaros que envuelve al médico. Y unas risas que ahora se sienten cercanas a él. “Nuestro trabajo no es únicamente lo médico, hacer una cirugía, dar un remedio, sino también escuchar, acompañar”, dice cuando recobra el aliento.
Verónica Ayala entiende de qué se trata. Enfermera, acaba de cumplir los 40 y es uno de los cuadros más experimentados de Cascos Blancos. Comenzó a trabajar allí como voluntaria en 2005. Su primera actividad fue en un puesto sanitario en la localidad bonaerense de Luján, y su bautismo de fuego en el exterior cinco años después, en Haití, luego de otro de los tantos terremotos que sacudieron a aquel país centroamericano que parece no lograr salir de la sombra de los dioses.
Tras un trajín de ocho años que incluyó inundaciones, oleadas de inmigrantes y otras catástrofes, Verónica dejó de ser voluntaria para asumir como funcionaria estable de Cascos Blancos. Ahora, desde su puesto en la estratégica área de Operaciones y Logísticas para Misiones de Asistencia en Terreno, dice orgullosa: “Mi corazoncito es de los voluntarios, empecé como voluntaria”.
El voluntariado es la savia de Cascos Blancos. El organismo, que depende del Ministerio de Relaciones Exteriores, se encarga de diseñar y ejecutar la asistencia humanitaria y su modelo de trabajo basado en la cooperación, la solidaridad y la participación comunitaria. Una suerte de tropa élite de primera línea lista para intervenir y prestar ayuda en escenarios complejos.
“Había muchos pacientes que fueron amputados”. Esa fue la primera imagen con la que se topó Verónica cuando llegó al campamento que se había montado en Haití. Ya se encontraban los médicos emergentólogos y logistas. Ella había salido de Argentina en un Hércules C-130 de la Fuerza Aérea. Era el tercer vuelo que enviaba el país para socorrer a las víctimas del terremoto.
Después vino lo que sucede en cualquier zona golpeada por la desgracia, donde el dolor brota desde la misma tierra. En esos territorios no hay mucho tiempo para ponerse a pensar y reflexionar sobre el porqué de las cosas. Verónica lo sabe: es especialista en asistir el manejo del dolor, la cura de las heridas y el acompañamiento; lo que ella llama “escucha activa de las personas”. El año pasado debió volver a Haití por un nuevo terremoto.
Trabajar en escenarios hostiles donde la mayoría de las veces el dolor ajeno se hace carne en uno, no es gratuito. En algún momento el cuerpo o la psiquis pasan la factura. Por eso Cascos Blancos cuenta con un equipo de postmisión cuyo objetivo es detectar posibles secuelas o casos de estrés postraumático en sus integrantes.
Las desgracias no siempre ocurren lejos: “En toda mi carrera lo que más me impactó fue en el accidente ferroviario de estación de Once, también me tocó estar en contacto con las personas fallecidas”, me apunta Verónica. La tragedia ocurrió el miércoles 22 de febrero de 2012: murieron 52 personas, entre las que se encontraba una embarazada. Hubo 789 heridos.
Verónica también estuvo en Polonia y Rumanía, como integrante del equipo multidisciplinario de siete especialistas que envió Cascos Blancos para prestar asistencia a los ucranianos que escapaban de la guerra. Contener a los refugiados que huyen de los misiles rusos no es una tarea sencilla, ya que muchos se encuentran en estado de shock. Por un lado, sienten el alivio de haber logrado escapar de la barbarie, por el otro, la sensación de vacío del que pierde todo, la mochila de la culpa por no haberse quedado y el estado de indefensión ante un futuro incierto.
La trabajadora humanitaria cuenta el caso de una señora que “recién dos días después de haber dejado su casa y todas sus cosas se dio cuenta de que había tenido un golpe en la rodilla: se había caído, sin tomar conciencia de que se había lastimado”.
Mariana Lorenz es socióloga, llegó al organismo en diciembre de 2021 y también pasó por Polonia y Rumanía donde asistió a quienes dejaban Ucrania durante las primeras semanas de invasión rusa. También integró una capacitación en gestión de riesgos de desastres en Kenia en el que participaron representantes de varios países.
Ella cuenta que la experiencia de “acompañar” a quienes pasan por situaciones complejas, como los que escapan de un país en guerra, “es muy difícil sin quebrarse”. Y recuerda el caso de una ciudadana argentina que debió dejar Ucrania con su pequeño mientras su marido tenía que quedarse a combatir.
En el rosario de misiones complejas, Verónica recuerda una de sus incursiones en Bolivia, donde prestó asistencia a cientos de migrantes venezolanos: “Fue muy estresante desde lo mental, porque veía muchas personas que sabía que no iban a pasar de los dos o tres días. Fue difícil”.
Para saber sobrellevar esa carga, la enfermera de Cascos Blancos realizó un postgrado en primeros auxilios en lo emocional. Cuenta que lo hizo para preservarse y para cuidar a sus compañeros. Capacitarse para actuar en escenarios adversos lleva años. De todos modos, cuando uno baja al territorio, casi siempre, es como si lo hiciera por primera vez.
“Con el tiempo uno aprende a conocerse. Muchas veces voy como líder de misión y tengo que saber reconocer cuando alguien del equipo no está bien, y hay que correrlo. El principio de cuidarse y cuidar al otro es primordial para que todos volvamos bien y enteros. Los que nos dedicamos a esto lo único que no queremos es terminar odiando lo que elegimos hacer. Me tocó ver a personas destinadas por un año a tal lugar y después te enteras de que a los seis meses volvía con una carpeta psiquiátrica. Literal, se terminó su carrera y eso es durísimo. Hay que ser responsables, no tomarlo a la ligera, sobre todo cuando tenés la responsabilidad de llevar gente al terreno: podés arruinarles la vida”, dice con la solvencia de una veterana de primera línea.
Según el relato de los entrevistados, se puede decir que en Cascos Blancos se convive entre la ética de la convicción de lo que representan los principios del voluntariado y, por otra parte, la ética de la responsabilidad del Estado. Esa conjunción corresponde a la medida justa para responder con la eficacia esperada cuando se trata de salvar vidas.
Los Cascos Blancos de Argentina supieron ganarse el respeto de la comunidad internacional, en especial entre las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales que trabajan en zonas de catástrofes. Sus acciones se iniciaron en 1994. Desde el 2000 se encuentran bajo la órbita del Ministerio de Relaciones Exteriores. Se sostienen en los principios de la gestión integral de riesgos de desastres en coordinación con Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos y otros organismos internacionales y regionales.
“Argentina fue la primera en desplegarse en Honduras para combatir con asistencia técnica especializada de ayuda humanitaria”, resaltó la presidenta hondureña, Xiomara Castro, cuando llegó al país centroamericano un equipo de once especialistas del organismo que realizaron tareas de planificación, logística, manejo de bodegas para la recepción y clasificación de donaciones, rescate urbano, potabilización de agua, asistencia en albergues, atención y contención psicológica.
Al frente de aquella misión se encontraba la directora Nacional de Planificación y Coordinación de Asistencia Humanitaria, Mariana Galvani. Ella tampoco parece ser la misma desde que utiliza el chaleco de los Cascos Blancos. “Esta situación te transforma”, afirma.
Las inundaciones en Honduras dejaron a miles de familias sin hogares. Así que las pastillas potabilizadoras que llevó el equipo de Galvani se utilizaron en 11,2 millones de litros de agua, lo que permitió asistir durante 90 días a 24 mil personas. También entregaron kits de higiene a casi 1.100 familias de las zonas de emergencia.
Galvani también rescata “la ética del voluntario y el rol del Estado” con el apoyo del cuerpo diplomático. “Lo que representa Cascos Blancos afuera de la Argentina es impresionante. Nos preparamos para estar en una reunión protocolar en una embajada y al otro día conocer lo que más le duele a un país, porque vas a su peor lugar de tragedia”, resume.
La precariedad de la existencia y la desnudez de la vida son la materia misma de la intervención humanitaria. Las desgracias suelen poner a los seres humanos a un mismo nivel de igualdad, generando un poderoso motor de acción colectiva. Los Cascos Blancos son, sin dudarlo, un reflejo efectivo frente al infortunio del prójimo. ∞
SUDOR Y CORAZÓN
Las dos primeras misiones de Ramiro Agustín López Imbaud en Mozambique fueron como voluntario de la Misión Mangundze Salud, una asociación civil liderada por el médico Jorge Arias que comenzó en 2013 y ya lleva 13 despliegues sobre el terreno. Sus profesionales trabajan de manera voluntaria para contribuir a reducir las vulnerabilidades de las comunidades en materia sanitaria mediante la promoción de la higiene y la salud, la facilitación del acceso a la atención médica y el apoyo a la educación e integración socio-laboral. Otra pieza fundamental de la Misión Mangundze Salud es la del padre Juan Gabriel Arias. “Sin su presencia nuestra tarea sería mucho más compleja. Tiene una capilla y es un hombre muy respetado por la ayuda que brinda a la comunidad. Es él quien nos presta ayuda logística, nos da un lugar para poder alojarnos y nos ayuda en los traslados”, le cuenta Ramiro a GENTE. La asociación cuenta con más de 70 profesionales entre médicos y personal de enfermería, todos voluntarios, de España, México, Suiza, Brasil y Argentina.
LA MISIÓN ASISTENCIAL
La Agencia Argentina de Cooperación Internacional y Asistencia Humanitaria (Cascos Blancos), que preside Sabrina Frederic, también realiza operativos preventivos y de respuestas sanitaria en lugares de alta concentración de personas, como por ejemplo en peregrinaciones. Los chalecos de sus voluntarios pueden verse en las procesiones de celebración a San Cayetano en el barrio porteño de Liniers. También se despliegan en las caminatas a Luján y en festividades de diferentes provincias, con el objetivo de reducir riesgos y responder a las necesidades asistenciales. Dentro de las metas de la Agencia figuran “entender respecto a la definición y conducción política y cursos de acción a seguir en materia de cooperación internacional bilateral y multilateral; así como en la definición de las modalidades de instrumentación de los programas y proyectos de cooperación internacional y las alternativas de financiación para su ejecución”. Entre sus funciones, la Agencia asistirá a los funcionarios “en la negociación y definición de los programas de Cooperación Internacional de los Organismos Internacionales con la Argentina, desde un rol de organismo coordinador a nivel nacional”.
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