CRISIS MIGRATORIA
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Por Fernando Oz
El sufrimiento comienza a ser contagioso con el paso del tiempo. Así lo sentí después de estar varias semanas siguiendo los pasos de miles de personas que escapaban de la guerra. En el centro de refugiados de Varsovia, donde los ucranianos se amuchaban entre largas filas de camastros y el peso de la incertidumbre se concentraba por la falta de espacio, uno no sufre sólo por su propia situación, sino que también por la confrontación con la de los otros. Así lo entendí cuando los desplazados con los que hablé me contaban más penurias de sus pares que las propias. La empatía, además, resulta patógena.
Tiendo a creer que, de algún modo, esa suerte de reconocimiento del dolor propio en el de los otros, sirve de una malla de contención frente a la tragedia. Al dejar ese primer tejido de defensa, el sufrimiento se expresa más fuerte de manera individual, en la lejanía y el silencio. “Estoy lejos y solo, mi dolor es más insoportable en la distancia”, me decía Bohdan Holovchak en Buenos Aires, un ucraniano que seis meses antes se encontraba en aquel centro de refugiados en territorio polaco.
Buena parte de la historia de la humanidad fue escrita con relatos de gente que buscaba refugio, ya sea por guerras, persecuciones, genocidios, pestes, miserias, tempestades, sequías, terremotos o volcanes que despiertan de manera furiosa. No conocí ningún refugiado que no sienta la necesidad de contar su historia, lo hacen cuando recobran aliento, después de la forzada odisea, cansados, hambrientos, emocionalmente quebrados.
Karmen Issam Sakhr hace veinte años que, como integrante del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR), viene escuchando todo tipo de “trágicas historias de familias desplazadas y destruidas”; ahora es la Representante Regional para el Sur de América Latina de la agencia humanitaria de la ONU.
El año pasado ACNUR registró que llegaron a Argentina más de 230.000 personas que, por diversos motivos, se vieron forzadas a abandonar su lugar de origen. Lo que significa que la población que con la que la agencia humanitaria trabajó en el país durante 2022 tuvo un aumento del 27,9% y la cantidad de personas bajo el denominado sistema de asilo –refugiados y solicitantes de asilo– creció el 0,8%.
La mayoría llegó escapando del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, siguen los senegaleses y luego los colombianos, pero también vinieron de Haití, Perú, Siria, Ucrania, Rusia, Armenia, entre otros. Las estadísticas confirman que los primeros en escapar son los hombres, casi el 60%. Por lo general, las familias que consiguen huir son las más pudientes. El 76% de los refugiados y solicitantes de asilo que se encuentran en el país tienen entre 18 y 59 año.
Según ACNUR, el número de refugiados en Argentina en 2022 alcanzó el récord de 4.115. Los solicitantes de asilo fueron 11.162, las personas que necesitan protección internacional fueron 214.719 y otros 452 denominados “de interés”. La información estadística fue elaborada de acuerdo con datos oficiales provistos por las autoridades gubernamentales del Registro Nacional de las Personas, Comisión Nacional para los Refugiados y Dirección Nacional de Migraciones. Estas preocupantes cifras son apenas una muestra de la terrible crisis migratoria que afecta al mundo según el último Reporte de Tendencias Globales del ACNUR.
En el informe de Tendencias Globales, publicado en junio de 2023, se detalla las estadísticas oficiales más recientes sobre personas refugiadas, solicitantes de asilo, desplazadas internas, apátridas, retornadas y otras personas que necesitan protección internacional. En resumen, el panorama es desgarrador: Hay 108,4 millones de desplazados por la fuerza en todo el mundo como resultado de persecuciones, conflictos, violencia, violaciones a los derechos humanos o acontecimientos que alteraron gravemente el orden público. Las niñas y los niños representan el 30% de la población mundial, pero son el 40% del total de la población desplazada por la fuerza.
“No hay una situación más compleja, cada una es una tragedia, es triste. Fui marcada por la situación de cada país, con las historias que viví con nuestros refugiados”, explica a GENTE Karmen Issam Sakhr. Antes de ser destinada a Buenos Aires, desde donde atiende la temática de refugiados en Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay, estuvo realizando operaciones de ACNUR en varios países en el Medio Oriente y Norte de África, fue jefa de Misión en Trípoli, Libia, Coordinadora Senior Situacional en la Oficina Regional para Oriente Medio y el Norte de África en Amán, Jordania. Previamente trabajó en la sede de Alto Comisionado en Ginebra, Suiza, en oficinas en Senegal, Egipto, Argelia, Jordania y Costa de Marfil. Veinte años atendiendo éxodos.
Recuerda decenas de “historias trágicas” de familias desplazadas y destruidas por la guerra. Dice que su experiencia en Siria fue “una de las más tristes”, que los conflictos en Libia y en Yemen dejaron un caos donde “el ochenta por ciento de la población necesita ayuda humanitaria”, y que Afganistán, “donde los talibanes prohíben a las mujeres trabajar e ir a la escuela”, la situación es de catástrofe. “Ahora estoy en Latino América y las historias que estoy escuchando de los migrantes y refugiados, también son trágicas y tristes”, confiesa con lamento.
Sakhr nació en Brasil y habla francés, inglés, español, portugués y árabe. Recientemente estuvo en una misión en Bolivia y escuchó historias de venezolanos que le helaban la piel: “Hay familias que salieron de Venezuela, pasaron por Colombia, por Perú, y llegaron a Bolivia en muy malas condiciones. Hijos que se separaron de sus padres, madres que no saben cómo entrar en contacto con sus hijos”.
Además de tener una rápida resiliencia, una de las principales capacidades que debe tener un trabajador humanitario es el de la escucha activa. “No hay una situación más triste que la otra, cada vida cuenta. Estamos hablando de más de 108 millones de personas desplazadas, cada historia es compleja, cada historia es triste”, dice con justa razón la funcionaria la ONU.
UN DESAFÍO GLOBAL Y CRÍTICO, PERO SIN FONDOS
La falta de recursos es la principal dificultad que enfrenta la agencia humanitaria que vela por los derechos de los desplazados. “A fines de 2022, ACNUR recibió poco más de la mitad de lo necesario para el año. Hay operaciones que no tienen fondos para las intervenciones necesarias para apoyar a los refugiados y a las personas que se está protegiendo. En la región tenemos menos fondos de los necesarios para cubrir nuestros programas en beneficio de las personas desplazadas, estamos cubriendo cinco países”, reconoce Sakhr.
Ella prefiere remplazar la palabra dificultad por desafío. “El segundo desafío que tenemos es la naturaleza de la dinámica del refugio y asilo globalmente, los países con medios económicos más limitados son los que más acogen a las personas desplazadas y que necesitan más ayuda”. Habla de Latinoamérica, donde “están con desafíos internos” propios. “Frente a esto, una mayor cantidad de fondos nos permitiría brindar asistencia a más personas, seguir trabajando por la inclusión de estas, pero también para apoyar a la comunidad que acoge a las personas que necesitan de protección”.
“Es triste lo que tengo que decir”, dice como preámbulo al tercer desafío. “Hay una competición de emergencias en la visibilidad de situaciones de crisis en el mundo. Todos los días estamos enfrentado una nueva situación, es un mundo que está pasando por emergencias consecutivas”. Entonces, continúa Sakhr, “mantener visible determinada situación es un desafío”.
En 2022 fueron declaradas 35 emergencias, una no termina y explota otra. “Estamos hablando de la crisis en Venezuela, que empezó hace cinco o seis años atrás, pero también enfrentamos otras situaciones globales. Es muy difícil tener la atención en estas operaciones que son más viejas cuando después estamos con la situación en Ucrania, en Afganistán, ahora en Sudán y varias otras”.
EL NUEVO MUNDO Y LA RAZÓN HUMANITARIA
En América del Sur, explica Sakhr, las dos situaciones más complejas se dan en Venezuela y en el Tapón del Darién, la porción de tierra que separa a Colombia de América Central por donde miles de personas pasan rumbo a Estados Unidos. En Argentina hay más de 230.000 venezolanos, en Chile más de 470.000, y hay otros tantos en Perú, Ecuador, Brasil, pero sobre todo en Colombia.
“En la región se acoge a más de seis millones de venezolanos”, remarca con preocupación la funcionaria de ACNUR. Alerta que en América Latina “hay varias situaciones de movimientos mixtos y de personas refugiadas que están creciendo” y pone como el foco en las personas que están cruzando la selva del Darién, entre Colombia y Panamá, donde durante el primer trimestre de 2023 hubo un número récord de más de 127.000 de refugiados y migrantes, seis veces más si lo comparamos con el mimo período del año anterior.
La interrumpo y le recuerdo sobre los recientes cruces diplomático entre Chile, Perú y Bolivia por la situación de los migrantes venezolanos y le pregunto si los Estados no deberían aplicar una mayor razón humanitaria en la gestión del asilo y de la inmigración. “Estoy llegando de otra parte del mundo, vengo de un continente donde, en algunos lugares, hay políticas de cerrar las fronteras para los refugiados y no recibir personas que necesitan protección internacional. Entonces, para empezar, es importante decir que hay desafíos en la región, hay cruces diplomáticos, pero las políticas son mejor que en otras partes del mundo”, me responde.
Sakhr destaca que en Latinoamérica “hay una solidaridad que es mejor que en otras partes del mundo” y repite los desafíos por los que atraviesa el nuevo mundo. “Sin dudas que se requieren de esfuerzos regionales para atender la raíz de los desplazamientos. Los movimientos de migrantes y refugiados han crecido en escala y complejidad, ningún país puede responder a una situación por sí solo. Se requiere de un trabajo conjunto para asegurar respuestas colaborativas y coordinadas”, dice la experimentada trabajadora humanitaria.
Lo que se debe entender es que “los refugiados son quienes huyen de su país de origen y necesitan de protección internacional. No pueden ser forzados a regresar a sus países, donde sus vidas están en riesgo. Huyen por una variedad de razones, pero no por razón de elección”, en consecuencia “el apoyo y el respeto de los gobiernos a los derechos humanos y al derecho de asilo” es fundamental.
—¿Estamos frente a un desafío moral que debería interpelar a los Estados y a su voluntad humanitaria?
—Esa es una pregunta muy difícil. Siempre es muy importante creer que, como seres humanos, tenemos una conciencia y podemos ser solidarios. Estamos siempre enfrentados con esos desafíos morales. Si nos ponemos a ver la historia humana, siempre hubo guerras y la humanidad tuvo que tomar una decisión. Creo que, en estos tiempos recientes, estamos de nuevo enfrentados con la escoria, con ese desafío de decidir. Trabajo para una agencia humanitaria de la ONU, entonces tengo la convicción de que siempre la humanidad va a tomar la buena decisión, que es la de acoger y ayudar a sus hermanos, sus vecinos, seres humanos que necesitan de apoyo. Qué tenemos sin la esperanza.
La palabra éxodo parece ser una parte de la genealogía de la humanidad, proviene del latín exŏdus, y previamente del griego, éxodos, que significa ‘salida’. El drama del refugiado, de cualquier migrante, no es el simple producto de un infortunio, es también la manifestación de una injusticia. La gestión del asilo y de la inmigración se basa en la razón humanitaria, que supone que todos los seres humanos valen lo mismo porque pertenecen a un mundo en común. De algún modo, los trabajadores humanitarios no hacen más que aligerar el sufrimiento de un orden mundial desigual, tal vez, de salida. ∞
ESPACIOS DE SACRIFICO
Los esfuerzos desplegados por algunos gobiernos para impedir la entrada de los solicitantes de asilo, los coloca en una situación difícilmente sostenible en un plano moral. Para que los migrantes no puedan llenar las solicitudes para obtener el estatus de refugiados, impiden que los barcos atraquen en los puertos, a los que van a pie se los rechaza en las fronteras terrestres, o se los mantiene en los aeropuertos o estaciones ferroviarias para luego devolverlos. Los empujan a una zona de espacio moral donde la vida puede ser sacrificable o simplemente los envían de regreso a sus países, donde no se suele respetar a los derechos humanos.
GLOSARIO DE LA CRISIS MIGRATORIA
Migración: cualquier movimiento de personas que no pretende ser de corta duración o temporal, ya sea a través de una frontera internacional o dentro de un Estado. Se emplea tanto en movimientos forzados como voluntarios.
Refugiados: personas que han sido reconocidas como refugiadas. Se encuentra fuera de su país de origen por tener un temor fundado de persecución por motivos de raza, religión, nacionalidad, perteneciente a un determinado grupo social u opiniones políticas.
Solicitantes de asilo: personas que han solicitado la determinación de la condición de refugiado y sus solicitudes se encuentran pendientes de resolución.
Solicitantes de la condición de apátrida: personas que han solicitado la determinación de la condición de apátrida y sus solicitudes se encuentran pendientes de resolución.
Otras personas de interés: personas que arribaron al país bajo el visado humanitario.
Otras personas que necesitan protección internacional: personas venezolanas que se encuentran en el país, pero que no han solicitado asilo o son refugiados reconocidos.
Comunidad de acogida: comunidades que acogen grandes poblaciones de personas forzadas a huir.
Donaciones
ACNUR no sólo recibe fondos de donaciones individuales, empresas y gobiernos. En Argentina a través de la Fundación ACNUR. Canal de donación: https://fundacionacnur.org/