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CAMBIO CLIMÁTICO: CORRIENTES EN LLAMAS

En medio de uno de los veranos más tristes de su historia, el once por ciento de la provincia mesopotámica (algo más de 900 mil hectáreas) fue arrasado por las llamas, dejando una enorme pérdida en el ecosistema y la economía. GENTE viajó hacia los focos del incendio para mostrar y contar la lucha de los verdaderos héroes de esta catástrofe: los brigadistas, los bomberos y profesionales que se comprometieron en cuerpo y alma.

Crónica de un incendio anunciado

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Por Fernando Oz

La tierra correntina venía sufriendo la peor sequía de los últimos sesenta años y todo lo brotado en la última primavera se encontraba seco o arrasado por el fuego. Los animales que no habían muerto por la sequía y que lograron escapar de las llamas de alguno de los más de 200 focos de incendios que se produjeron desde principios de enero, se encontraban en plena fuga, como todos imaginaban que iba a suceder cuando la primera llamita cobró fuerza. Y mientras tanto, día a día, hora a hora, minuto a minuto y segundo a segundo, Ituzaingó, Santo Tomé, San Miguel y San Martín, todos ellos ubicados en la región septentrional de la provincia, se convertían inexorablemente en los municipios más dañados de corrientes. Sí, sí, ésta es la crónica de un incendio anunciado, que todos veían venir pero nadie pudo evitar…

Lo cierto fue que mientras las autoridades de Corrientes reconocían con pesar que el fuego había devorado más de 900 mil hectáreas en las últimas semanas de febrero y el gobierno Nacional hablaba de “tragedia ecológica”, el brigadista Ariel Klaus se encontraba a unos 500 metros de la cola de un incendio que había cambiado de rumbo por un viento áspero que soplaba del Este desde hacía casi una hora. Klaus estaba preocupado porque uno de sus hombres a cargo no contestaba sus llamadas al handy.

Ariel es ingeniero forestal y tiene 28 años y una vasta experiencia en incendios: en su corta carrera combatió unos treinta y cinco, “pero nunca estuve en uno tan impresionante como con éste”, me dice mientras caminamos sobre cenizas de unos diez centímetros de espesor en busca de otro brigadista. Me cuenta que las llamas con las que se había enfrentado jamás habían superado los 15 metros sobre la forestación y que en estos días había visto algunas “¡que llegaban a los 40 metros!”.

Entretanto, el joven cazador de incendios decide ir por su camioneta para salir a localizar a su hombre por los alrededores de la zona arrasada. Al arrancar el motor la radio se enciende y dos locutores cuentan las noticias más importantes de la última media hora. Dicen que el gobierno de Buenos Aires anunció el envío de más bomberos para frenar la catástrofe ambiental. Y agregan que en el infierno ya se encontraba trabajando brigadistas de otras provincias vecinas, una dotación de Paraguay, dos de Brasil, y que estaba en camino un contingente de militares bolivianos especializados en la lucha contra incendios forestales.

“Pueden traer toda la gente que quieran y sus cantimploras, pero acá lo único que nos va a salvar es que llueva bien fuerte”, afirma Klaus, mirando de reojo algunas nubes cargadas que surgieron en el cielo y recordando que el pronosticador de la radio había dicho que en Corrientes caería algo de agua recién al otro día. Frena la camioneta en una lomada desde donde se puede ver kilómetros de humo, y se baja para volver a utilizar el handy, con la intención de encontrar al brigadista a su cargo, que ya lleva más de cuarenta minutos sin comunicarse.

CON CENIZAS HASTA EN LOS DIENTES

Tres horas antes, en esa misma zona de pastizales secos y extensas plantaciones de pinos casi amarillos, Laura De Philippis se encontraba pagando el fuego con el mismo traje de bombero con el que llegó hace una semana desde el cuartel de Saldungaray, la pequeña ciudad del sur bonaerense en la que presta servicios como voluntaria.

Ahora está con el brazo izquierdo apoyado sobre la puerta cerrada de una camioneta S-10 color blanca con un kit forestal montado en la caja. Se afloja el casco, pero no se lo quita, mueve los dedos de sus pies dentro de las botas. Parece que busca distenderse, relajarse por un minuto. No emite una queja ni para decir que hace calor, aunque se le ve extenuada. Con el rostro manchado de hollín, tampoco sonríe ante la humorada de alguno de sus camaradas.

Allí están los bomberos Facundo Escudero y Luis Carabajal, además del ayudante de primera Pablo Esquivel, a cargo de la dotación por directivas de José María Andersen, el jefe del Cuartel de Bomberos Voluntarios de Saldungaray.

“En 2013, en nuestra comarca, hubo un incendio muy fuerte que se extendió de la Gruta hasta Suárez y por Sierra de Ventana. El parque se quemó en un noventa por ciento. Ese fue uno de los incendios más grandes en los que estuve, después me fui de apoyo en 2015 a Villa Iris, en el límite con La Pampa, donde también fue muy fuerte… Pero sin dudas la magnitud de este supera todo lo que había visto”, cuenta la brigadista de 37 años.

A De Philippis, que trabaja en el Parque Provincial Ernesto Tornquist, ubicado al sudoeste de Buenos Aires, en la formación de las sierras de la Ventana, ya desde chica le gustaba colaborar con los bomberos. Ahora, casi una veterana, con nueve años en el oficio de apagar incendios y salvar vidas, recuerda que cuando el jefe Andersen pidió cuatro voluntarios para viajar a Corrientes, no dudó y levantó la mano.

Al comando de operaciones montado en la localidad correntina de Santo Tomé llegan vecinos de toda la provincia para acercar alimentos y agua y alentar a los cientos de brigadistas que soportan una temperatura de poco más de 42 grados. El calor es insoportable, en un territorio donde, cuando el sol del mediodía no da lugar ni a las sombras, el acto de respirar se vuelve más corto y repetitivo. Laura De Philippis sabe que “es en estas situaciones donde se ve más de cerca la calidad humana de la gente”.

Los agradecidos correntinos hasta “nos prestan sus celulares para poder comunicarnos con nuestras familias, porque nosotros no tenemos señal. También nos ofrecen espacio en sus casas para alojarnos, nos sentimos muy acompañados. Sin ellos no podríamos haber hecho nada: la hermandad es lo más importante”, se emociona la bonaerense 24 horas antes de iniciar el regreso a Saldungaray. Y ríe por primera vez, con los dientes tapados por las mismas cenizas que nos rodeaban. 

“EL IMPACTO VA A SER ALTO”

“Estamos direccionando todas las brigadas para que puedan combatir y tener el control total de los incendios que aún nos atacan”, le escucho decir al subdirector de Defensa Civil correntino, Bruno Lovinson, en declaraciones a una radio porteña. Ariel Klaus sigue afuera de la camioneta hablando por handy, pretendiendo una buena noticia sobre el paradero del brigadista perdido.

A esa hora los datos que difundió el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) indicaban que se había calcinado un total de 934.238 hectáreas de superficie en Corrientes, con especial impacto sobre los pastizales (277,943), los esteros (275,795) y los malezales (197.219 hectáreas). El panorama desolador, con varias lagunas que se secaron, incluye el avance de las llamas, sitiando al Parque Nacional del Iberá, un enclave natural de más de 183 mil hectáreas que alberga esteros, pastizales subtropicales y selvas de bosques nativos, y donde conviven más de 4.000 especies de flora y fauna silvestres.

Esos pastizales están acostumbrados a la presencia de fuegos esporádicos, que incluso eliminan los arbustos para que el ecosistema siga creciendo. Pero ahora “no hay agua y hay temperaturas altísimas”, apunta Sebastián di Martino, biólogo y director de conservación de Rewilding Argentina, una organización responsable de varios proyectos de reintroducción de especies en Iberá. Luego explica las consecuencias: “El impacto sobre la fauna va a ser alto. Los carpinchos, los yacarés y los ciervos de los pantanos buscan lugares con agua y hoy no hay. Al ser muy chiquitos, quedan rodeados por el fuego y se mueren”.

En la opinión del experto de Rewinding, llevará mucho tiempo la recomposición de los diferentes ecosistemas del parque. Los pastizales “requerirán un mínimo de dos o tres años, mientras que los bosques nativos tardarán décadas en volver a recuperarse”. De todos modos, destaca la capacidad de “resiliencia” del lugar, que en los últimos años ha recuperado buena parte de sus especies claves de carnívoros, herbívoros y comedores de frutas.

También escuchó decir en la radio que las autoridades confían en que las lluvias ayuden a controlar definitivamente los fuegos, que comenzaron a mediados de enero y que en las últimas dos semanas cobraron especial virulencia. Profesaban la misma fe que Claus, la fe en la lluvia. 

RAYOS Y FUEGO SOBRE LA TIERRA COLORADA 

“Les agradezco en el alma que hayan venido a ayudarnos”, retoma Ariel Klaus, el ingeniero forestal que caza incendios, antes de soltar un rosario de críticas contra las autoridades que deben controlar el medioambiente, “ya sean provinciales, nacionales, internacionales o interplanetarias”.

Y continúa declarando que no había organización, que al mando deberían estar profesionales contra incendios en zonas forestales y que tendrían que haber traído más electro excavadoras que personas, para terminar acercando detalles de especialista: como que según el Instituto Correntino del Agua y el Ambiente de Corrientes (ICAA), febrero de 2022 fue el más caluroso y con menor registro de precipitaciones desde 2013, con apenas 26,4 milímetros de lluvias caídas y siete días en los que la temperatura superó los 40 grados. En aquel mes, entre el 17 y 28, el viento alcanzó una velocidad de 33,8 kilómetros por hora, un registro de desacostumbrado para la región, lo que contribuyó a la propagación del infierno.

“Se viene pidiendo ayuda hace un mes. Tal vez se pidió mal, no lo sé. Lo que sí veo es que tendrían que haber venido a prestar apoyo, no a decirnos qué debemos hacer, porque nosotros estamos acostumbrados a los incendios, contamos con experiencia. Sucedió que ahora todo se desbordó porque hay una sequía de muchos meses y donde tirás una colilla de cigarrillo, se prende fuego todo”, explica Klaus, aún afligido por el silencio de radio de unos de sus brigadistas.

Al mismo tiempo, agrega que, si bien no sabe cómo se originaron los incendios, “uno de ellos surgió por un rayo. Lo vi caer y cuando llegamos ya había fuego, siempre pasa eso. También pasa que dejan un frasco o una botella de vidrio y con el sol se calienta y se origina un nuevo foco”, y añade un dato interesante: “En Misiones y Corrientes caen muchos rayos por el hierro que hay en la tierra, por eso su color rojizo”. La pregunta del millón: ¿Y por qué, si se sabe que el fuego llegará, no se prevé cómo detenerlo?

“¿Ves ese avión? Bueno, es un rociador: sirve para fumigar, no para apagar incendios. Ahí te das cuenta de que no hay coordinación y que nadie estaba preparado para algo así”, lanza Klaus. El joven ingeniero forestal está enojado y luce cansado. Desde enero viene peleando contra el fuego y hace dos días que no se cruza con sus hijas, de 3 y 11 años, ni con su esposa.

No hay sol y la noche permite ver focos de incendio distantes. Posiblemente en algunos de ellos se encuentre Laura De Philippis junto a sus compañeros de Saldungaray, o los de Carlos Tejedor, o de las otras tantas dotaciones de bomberos voluntarios que llegaron de todas las direcciones. Klaus mira su celular y no tiene señal. Recibe una llamada al handy, sonríe y levanta las manos al cielo. Todos sus brigadistas se encontraban bien, habían llegado de primera línea con sus palas y mochilas de agua. La lluvia aliviadora llegaría dos días después. Aquí termina la crónica de un incendio anunciado que bien podría haberse evitado. 


DAÑO CLIMÁTICO

La flora y la fauna de los Esteros del Iberá, el humedal más grande de la Argentina y uno de los más extensos del mundo, también resultaron afectadas. Según el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), los ambientes de humedales fueron afectados en más de 460 mil hectáreas acumuladas, entre los que se encuentran los esteros y otros bañados con 245.110 hectáreas quemadas. Los incendios quemaron también 31.265 hectáreas de bosques cultivados y 28.733 de nativos. 

Los ambientalistas ya advierten sobre el trabajo para recuperar las especies quemandas y la fauna silvestre, y la compleja situación del cambio climático y los efectos colaterales del fuego.

La Brigada de Control Ambiental (BCA) del Ministerio de Ambiente de la Nación realizó el salvataje de varios animales, especialmente de ciervos, carpinchos y yacarés, llevados a la localidad de Santo Tomé, donde funciona un centro de alojamiento de estas especies y en el que trabajan en forma conjunta la BCA, la Cruz Roja y el Ejército.


PÉRDIDAS MONETARIAS

Los empresarios de las distintas cadenas productivas de la provincia creen que tuvieron pérdidas por unos 67.317 millones de pesos como consecuencia de los incendios. Ante semejante situación el Gobierno nacional y de Corrientes anunciaron diversas medidas para ayudar a los productores, ya que en la zona afectada hay numerosas firmas que se dedican al cultivo de arroz, a la citricultura, la forestación, a la yerba mate, y también a la ganadería.

Por poner un ejemplo: se perdió el 25 por ciento de la producción de arroz, lo que equivale a 200 millones de toneladas, unos 4.968 millones de pesos. Las plantaciones de pinos para madera y resinado tuvieron pérdidas por más de 2,237 millones de pesos.

El Gobierno nacional resumió que transfirió a la provincia Aportes del Tesoro Nacional por 200 millones de pesos (1,8 millones de dólares) y brindó ayuda de 200 millones de pesos

(1,8 millones de dólares) desde el Ministerio de Agricultura, que junto al de Producción otorgó 500 millones de pesos (4,6 millones de dólares) para créditos subsidiados, y asistencia por 100 millones de pesos (930.000 dólares) desde Desarrollo Social.Corrientes también recibió ayuda de empresas y ciudadanos, hasta el influencer Santi Maratea salió a juntar donaciones y en pocos días consiguió reunir a través de sus redes sociales más de 154 millones de pesos en donaciones.