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Por Fernando Oz
Las aguas del océano Atlántico llegaban a la bahía del Golfo Nuevo silenciosas y quietas. El sol dejaba atrás una maravillosa tarde de junio, el cielo azul pálido, sin nubes, viento calmo y el frío, que se notaba en las narices de los hijos de los pescadores, anticipaba la llegada del duro invierno austral. En el muelle, cada tanto, alguien avistaba una ballena que parecía saludar de lejos antes de volver a zambullirse. De espaldas a la ciudad de Puerto Madryn, que comenzaba a iluminarse, un buque de carga, de mediano porte, irrumpía la línea del horizonte en su lento avance hacia el mar abierto. Por esas horas, el centro de atención de los lugareños y turistas se encontraba en el velero Witness, la nueva embarcación de la flota Greenpeace, que esperaba zarpar con su proa apuntando al sureste.
A metros del muelle, seis de los diez tripulantes del Witness sometían sus bártulos al sensible olfato de un viejo terrier de pelos amarillos que hacía su trabajo de detector de drogas sin demasiado interés. Quienes parecían más atentos eran todos los ojos del pelotón de la Prefectura Naval que seguían sin pestañar los movimientos del perro, incluso, uno de los uniformados filmaba el procedimiento como si se tratara de un caso judicial. La nave de la legendaria organización no gubernamental ya había sido inspeccionada y venía siendo vigilada desde que echó anclas, días atrás.
“No te preocupes, es normal. Nos quieren criminalizar, no lo van a lograr. Los incomodamos, nuestras acciones exponen, fastidian a Estados y a grandes intereses económicos, por eso en todos lados nos hacen lo mismo. Esto me recuerda cuando encarcelaron en Rusia a nuestros compañeros eros”, me dice Bruno Giambelluca, de 31 años y desde los 18 activista de Greenpeace.
En septiembre de 2013, treinta voluntarios de la ONG fueron detenidos en aguas del Ártico ruso cuando intentaron encadenarse a una plataforma petrolífera, los interrogaron hasta la madrugada y los repartieron en diferentes prisiones. Entre ellos se encontraban los argentinos Camila Speziale y Hernán Orsi. La repercusión fue brutal y el presidente ruso, Vladimir Putin, salió a decir que los jóvenes “no son piratas”, como se había dicho, aunque consideró que violaron leyes internacionales. La tripulación del rompehielos de Greenpeace Arctic Sunrise procedían de 18 países: Rusia, Argentina, Reino Unido, Canadá, Italia, Ucrania, Nueva Zelanda, Países Bajos, Dinamarca, Australia, Brasil, República Checa, Polonia, Turquía, Dinamarca, Finlandia, Suecia y Francia. La plataforma pertenece al gigante energético Gazprom y se encuentra en un área que contiene tres reservas naturales. Los argentinos estuvieron dos meses presos.
Bruno se inició como voluntario, realizó decenas de campañas, tanto en tierra como en mar, algunas de riesgo y desde hace un tiempo oficia de vocero de la causa climática en cumbres internacionales. Ahora está por embarcarse en el Witness en una nueva misión. Lo acompaña Juan “Juancho” Gabriel Luna, de 25 años, estudiante de Biología, también comenzó su activismo dentro de la organización a los 18; Osvaldo Tesoro, un fantástico productor audiovisual y paramédico de 46 años que se curtió en ambulancias de emergencias; el otro voluntario es Martín Novara, reparte su tiempo entre sus estudios universitarios en Gestión Ambiental y trabaja en el área de Energías Renovables de la Fundación Patagonia Natural donde lleva adelante un proyecto de instalación de termotanques solares en distintos puntos de Río Negro y Chubut. Es el más joven de la tripulación, cumplió los 18 pocos meses antes de la travesía que estábamos por iniciar en mar Argentino.
Qué lleva a un pibe de 18 años a embarcarse como voluntario en un velero listo para zarpar rumbo al océano en medio de un amenazante pronóstico climático. Esa misma edad tenía Bruno y Juancho cuando se enrolaron como activistas de la organización ambientalista más prestigiosa del mundo: un pacífico ejército internacional de resistencia pasiva que se juega la vida para dar testimonio.
“Paz verde” fue fundada en 1971 en Vancouver, Canadá, por los ambientalistas Irving Stowe y Jim Bohlen, luego se sumó el periodista Robert Hunter; pero su gestación comenzó dos años antes, durante las protestas en Estados Unidos contra las pruebas nucleares que se estaban planificando en Alaska. La primera misión se realizó en el Phyllis Cormack, un viejo pesquero prestado que se utilizó para navegar hacia el área señalizada para las explosiones. En la embarcación, rebautizada como Greenpeace, había diez personas: el capitán, tres activistas, un médico, un ingeniero, un geógrafo, un profesor de ciencias políticas, dos periodistas y un fotógrafo. El barco fue interceptado, todos fueron detenidos y la prueba atómica se realizó el 6 de noviembre de 1971. Pese al fracaso de la operación, la organización no bajó los brazos y veinticinco años después se firmó en Naciones Unidas el Tratado de Prohibición Total de las Pruebas Nucleares. Desde ese momento, Estados Unidos, Rusia, Francia, Reino Unido y China, no han vuelto a hacer ensayos nucleares, al menos oficialmente. Las campañas de los valientes voluntarios fueron fundamentales durante todo ese proceso.
¿Cuál es el ADN de Greenpeace? ¿Qué los impulsa? ¿Será su amor a la naturaleza, los animales o simple sed de aventura? ¿Serán Bruno, Juancho, Osvaldo y Martín los herederos de aquellos intrépidos fundadores tildados de piratas, hippies y utópicos por gobiernos y corporaciones contaminantes?
En el Witness nos recibe el capitán Patrick Brink, un irlandés de estatura media con el típico rostro seco y curtido de quienes llevan una vida dedicada al mar. También se encuentra el oficial de origen francés Guven Daragon; el ingeniero mecánico Erkut Ertürk, un turco con sobrada experiencia en naves de Greenpeace, y la belga Lis Vercamere, marinera de cubierta. La tripulación la completa Elisabet Correa, defensora de animales, además de productora audiovisual de GENTE, y este cronista. En total somos diez, como aquellos pioneros del viejo Phyllis Cormack.
LOS APASIONADOS QUE NOS LIBRAN DEL CAOS
El objetivo de esta misión por las aguas del mar Argentino es claro: “Vigilar; buscar información y documentar todo lo que se pueda sobre la abundante biodiversidad de las zonas de interés de la invasiva industria petrolera y pesquera”, así lo dice Bruno Giambelluca. También advierte que “la contaminación en los mares es muy grave, además hay nuevas amenazas”. Es el jefe de la operación en tierra y marinero raso en el mar, ya tuvo otras incursiones en el Atlántico, conoce de olas gigantes y de los fuertes y viejos vientos que llegan del Polo Sur, por eso fue el primero en clavarse una pastilla de Dramamine, se usa para tratar de prevenir náuseas, vómitos, y mareos asociados con el movimiento continuo de la base de apoyo.
En suma, lo que el Witness persigue se encuentra en su propio nombre: “Testigo”. La nueva embarcación de la flota de Greenpeace transporta testigos de crímenes ambientales sobre océanos. El Witness fue construido en Sudáfrica en 2003, está diseñado especialmente para hacer expediciones polares y la ONG lo acondicionó con mejoras ecológicas como paneles solares, turbinas eólicas y un sistema optimizado de administración de energía. Tiene 22,5 metros de eslora y capacidad para una docena de personas. Con esta embarcación, que llegó este año al país, los especialistas de Greenpeace ya realizaron diferentes acciones de concientización y de documentación del daño ambiental en el sur del océano Atlántico.
Todo el mundo sabe que la Meteorología no es una ciencia exacta, especialmente los marinos amantes de las velas, esos que tienen un nervio especial que los une desde la driza de la mayor, pasando por el puño de escota y hasta la sensible pala de timón. Los mismos meteorólogos saben que los datos dan una aproximación más o menos razonable a lo que puede llegar a suceder; algo relativo, sujeto a variables. Pero el viento y los otros jugadores del clima tienen sus propias reglas y suelen cambiarlas sin previo aviso. Eso nos pasó millas después de salir del Golfo Nuevo, a mitad de la Península de Valdés, donde el rostro del capitán Brink empalideció, así lo notó Martín, el pibe de 18 años, que tiene una ballena orca tatuada en su brazo izquierdo, para más señas. Una repentina tormenta amenazaba con envolvernos. Poseidón saboteó la misión desde el principio, pero Bruno y Brink acordaron seguir adelante.
“Mira al mástil, a las velas. Anticipante al tiempo, despacio, despacio”, me gritaba Guven en un español afrancesado. Eran las cuatro de la madrugada, había una leve llovizna, el frío estaba intenso, como las olas. “Siente con las manos qué le dice el agua al timón”, repetía el joven oficial mientras miraba la luz verde y roja de la punta del mástil. Los dos consejos tenían sentido. Lo que pedía era como establecer una suerte de simbiosis entre el viento y el mar a través del timón, lo que requería de cierta concentración. Algunos grados de más en medio de un clima hostil y no hay santo a quien encomendarse. La clave era la calma.
El capitán Brink calcula el estado del tiempo a ojo, a base de vistazos al cielo y al barómetro, e intuición marina. El clima seguía feo y escapábamos a toda vela de la tormenta con viento sur que amenazaba llegar a popa. “Todo está bien, vamos a llegar bien”, me dijo Brink cuando volví de tirar al mar mi cuarto vómito. El capitán, que buscaba transmitirme tranquilidad, tenía como cubre pantalla de su celular una frase en rojo que decía: Don’t panic. Tal vez un recordatorio, o simplemente el nombre de un tema de Coldplay.
La fuerte marejada no dejaba dormir a Elisabet, nuestra productora audiovisual. Nadie dormía bien. Juancho pasaba más tiempo encubierta que en la cocina, lugar donde nos juntábamos a matar el tiempo. Buscaba ballenas, delfines, lo que sea que representara vida. Trabaja en un laboratorio, lo suyo es la biología molecular, pero también es un hombre de acción. Lo demostró hace unos años cuando ingresó de incógnito por una ventana, junto a otros de sus camaradas, a la Casa de Gobierno de Chaco para subir a los techos y desplegar una consigna en contra de la tala del monte. Martín, el de 18, lo mira con asombro.
En una de esas charlas, cuando descansábamos de hacer guardias y mover velas, descubrimos que Juancho decidió sumarse a Greenpeace a los 14 años, el día que vio por televisión, en 2012, una acción del mítico Grupo Jaguares que terminó en medio de una represión. “Yo estuve ahí, era una época en la que nos metíamos en los montes en cuatriciclos”, interrumpió Osvaldo Tesoro. “Es decir que yo estoy acá porque vos te la jugaste esa vez”, respondió Juancho. Era de noche y la única luz encendida en la cocina cortaba el rostro de Osvaldo por la mitad, apenas alcancé a ver cómo se inundó uno de sus ojos. Martín seguía la charla con un respetuoso silencio.
Hay quienes dicen que algunos navegan para matar diablos, sospecho que Erkut es de esa clase de hombres. Nació en Turquía hace 48 años, es ingeniero, realizador audiovisual, hace teatro, le gusta la música clásica, en especial la ópera, y ama profundamente el mar. Es uno de los ingenieros mecánicos del Witness y trabajó en varias oficinas de Greenpeace coordinando actividades y viajes en barco. “Comencé desde muy joven, ahora paso seis meses del año en el mar y el resto en tierra”, me dice mientras cuelga unas guirnaldas tibetanas. “Nos traerán suerte en la travesía”, aclara con tono solemne.
El viento no afloja las velas, el oleaje sigue intenso, pero nada interrumpe a Liz, que timonea con la felicidad de una niña en una plaza. Correr del temporal la llenaba de adrenalina y sus ojos celestes parecen ponerse turquesa. La marinera belga lanza un aullido al viento cuando una ola rompe y las aguas salpican su rostro. Tiene treintaipocos, aunque asegura que cuando se encuentra embarcada se siente de veinte, por eso trata de pasar los veranos en España donde da clases de vela. Martín seguía siendo una esponja que preguntaba todo lo que podía, con el respeto cauto del buen principiante. El puerto de la ciudad de Piriápolis ya se encontraba cerca.
“Me gustaría ser testigo de la transición de la energía fósil a la renovable”, dice Martín a la cámara que manipula Elisabet con firmeza. La primera misión en Greenpeace del voluntario de la Fundación Patagonia Natural no cumplió del todo con el objetivo, el clima jugó una mala pasada, pero se llevó un puñado de lecciones que le servirá para toda la vida. Aprendió que la “inestabilidad” no suele anunciarse, que en situaciones complejas el principal antídoto es la tranquilidad y no una pastilla de Dramamine, que no hay compañerismo sin empatía, que al viento y al mar hay que sentirlos con respeto. “Los de Greenpeace llevan en su ADN la pasión por el cuidado del medio ambiente y es una pasión que yo comparto”, me comentó el pibe de 18 años, los otros días, cuando lo llamé para saludarlo. ∞
La Década de los Océanos
Los científicos estiman que entre el 50 y el 80 por ciento de la producción de oxígeno de la Tierra proviene del proceso de fotosíntesis de las especies del plancton oceánico. Además, ese amplio ecosistema representa una fuente esencial de alimentos. Un estudio publicado en 2020 por la prestigiosa revista científica Earth System Science Data advierte sobre la gravedad de la contaminación de los entornos marinos debido a la degradación de la acción humana.
Ante la alarmante contaminación que padecen los océanos, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estableció el período comprendido entre 2021 y 2030 como la Década de los Océanos para el Desarrollo Sostenible. El objetivo es movilizar a científicos, políticos, empresas y a la sociedad civil a favor de la investigación y la innovación para promover la conservación de los recursos naturales marinos.
Salvemos a la ballena franca austral
Se estima que entre 19 y 23 millones de toneladas de desechos plásticos terminan cada año en lagos, ríos y mares. Eso equivale al peso de alrededor de 2.200 Torre Eiffel juntas. El plástico es uno de los principales males que atenta contra el ecosistema del mar Argentino, junto a la pesca intensiva y la expansión de la frontera hidrocarburífera.
Los primeros resultados de las catástrofes suelen verse en la superficie, en el territorio de las costas del océano Atlántico las víctimas más visibles son los pingüinos, lobos marinos, delfines, orcas y la gran mítica familia de la ballena franca austral.
Según la información suministrada por Greenpeace, la explotación offshore en Argentina se concentra en la zona austral, en la costa este de Tierra del Fuego y la boca del Estrecho de Magallanes. Sin embargo, en 2019 se realizó la licitación más grande de los últimos 30 años y se ofertaron bloques en las cuencas Argentina Norte (frente a las costas bonaerenses), Malvinas Oeste y Austral.
La zona adyacente a la Península Valdés está también considerada dentro de las áreas en las que se realizarían exploraciones sísmicas, perforaciones y donde se instalarían terminales petroleras en la costa, cerca de la península.
Justamente esa zona, además se haber sido declarada Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO, es la que recibe la mayor población reproductora de ballenas franca austral, como también a delfines, elefantes y lobos marinos, pingüinos y aves.
Hay cinco océanos en el planeta: el Atlántico, el Pacífico, el Índico, el Ártico y el Austral (o Antártico). Pero todas sus partes están conectadas, en definitiva, el planeta es un solo océano, es un vínculo para la humanidad, más allá de ser una fuente de alimentos, transporte, generación de energía, ocio y regulación del clima, además de albergar una enorme biodiversidad.
Testigos del peligro
El velero Witness fue adquirido por Greenpeace en 2021, cuenta con 22,5 metros de eslora y fue construido en Sudáfrica en 2003. Originalmente se diseñó para expediciones polares. El barco cuenta con una capacidad máxima de 12 personas. Comenzó las operaciones de campaña en noviembre de 2021 después de una remodelación, que incluyó mejoras ecológicas como paneles solares, turbinas eólicas y un sistema optimizado de administración de energía. La forma principal de propulsión son las velas, y es un velero de buen rendimiento. Se está diseñado una vela mayor más grande para mejorar la propulsión de navegación con vientos suaves.
Un vasto territorio para proteger
EI Mar Argentino comprende un millón de kilómetros cuadrados y es hogar de especies icónicas, como la ballena franca austral, del fines, pingüinos y lobos, entre otros. En la actualidad, este ecosistema enfrenta los impactos y amenazas de dos industrias, la pesca intensiva y la expansión de la frontera hidrocarburífera.