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Por Fernando Oz
El primer año de guerra en Ucrania dejó ocho colegas muertos, otros 19 heridos por el fuego de artillería, los ataques con misiles o las balas en el frente de combate (cuatro de ellos terminaron con lesiones graves), y al menos 26 víctimas de ataques deliberados en plena función. También hubo arrestados y expulsados del país. Ese fue el balance que hizo la organización no gubernamental Reporteros Sin Fronteras (RSF). Pese a ese panorama, hay periodistas que volvieron al territorio hostil hasta en seis oportunidades. En total, desde que comenzó la invasión rusa —el 24 de febrero de 2022—, fueron acreditados para cubrir el conflicto 1.200 trabajadores de prensa.
Por alguna extraña razón, aún hay quienes quieren regresar y decenas que buscan hacer los trámites para incursionar sobre el terreno que se encuentra bajo la permanente amenaza nuclear de Vladimir Putin. Ucrania se volvió una meca para los periodistas hace 170 años, cuando estalló la Guerra de Crimea en 1853, una disputa territorial con ribetes religiosos que tuvo de un lado de las trincheras al Imperio Ruso y al Reino de Grecia, y del otro a la alianza entre el Imperio Otomano, el Reino Unido, Francia y el Reino de Cerdeña.
Aquella fue la primera contienda bélica de la historia que fue fotografiada. El encargado de hacerlo fue el británico Roger Fenton, considerado como el padre de los corresponsales de guerra, una tropa de élite dentro del periodismo. En 1855 embarcó a Crimea comisionado por el editor de Manchester Thomas Agnew & Sons y, alentado por la propia reina Victoria, llevaba un carromato tirado por cuatro caballos, en el que había instalado un laboratorio de revelado que, además, le servía de vivienda de campaña. Fenton, que iba acompañado de su chofer y ayudante Marcus Sparling, fotografió el puerto de Balaklava y el terreno de batalla, y retrató a los oficiales, soldados y personal de apoyo de los diversos ejércitos aliados. Fue un trabajo muy duro: soportó altas temperaturas, se fracturó varias costillas e incluso sufrió cólera.
TREINTA Y DOS PERIODISTAS QUE SE PREPARAN PARA LA GUERRA
Casi 200 personas de diferentes países se inscribieron este año para realizar el curso de Periodistas en Zonas Hostiles que se realizan en Centro Argentino de Entrenamiento Conjunto para Operaciones de (CAECOPAZ), una unidad militar ubicada en el corazón de Campo de Mayo, donde un equipo de especialistas capacita a efectivos de las fuerzas armadas, de seguridad y civiles que participarán en misiones de paz bajo mandato de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Entre los inscritos, se encontraban periodistas con destacada trayectoria y principiantes, fotógrafos, productores y militares que cubren puestos de prensa en sus respectivas unidades. Sólo 32 fueron seleccionados para comenzar el curso, considerado como uno de los mejores de su tipo a nivel global. “Es muy difícil determinar quién lo hace y quién no. Seguramente son todos buenos en sus tareas periodísticas, pero yo soy un militar”, me explica el coronel Pablo Filippini, director de CAECOPAZ, mientras se acomoda su boina azul con el escudo bordado de la ONU.
El oficial del Ejército es un veterano soldado del arma de Ingenieros que integró las filas de Cascos Azules en la incendiada Croacia, en Kuwait y más tarde en la devastada Kosovo. En su uniforme de combate luce el cóndor que llevan las tropas de especialistas en montaña; además es instructor de andinismo y esquí.
Filippini entiende de la importancia del “control del miedo”. La situación más estresante de su carrera la vivió durante la primera Guerra del Golfo, cuando tuvo que enseñarles a los integrantes de la misión diplomática Argentina en Kuwait cómo se utilizaba la máscara antigás, ya que, en aquel momento, “la amenaza de un ataque con material químico era inminente”. Justamente esa experiencia de “control de miedo”, entre otras cuestiones técnicas para sobrevivir en territorios hostiles, es la que el coronel y su equipo intentan transmitir a los futuros corresponsales.
“El objetivo del curso es introducir a los profesionales de los medios de comunicación en conocimientos y prácticas referentes a las características de los ambientes hostiles, con el fin de poder capacitarlos para poder mejorar el desempeño en zonas de conflicto y post-conflicto”, dice con tono grave y cara sería el jefe del curso, el teniente coronel César Fragni, un montaraz y paracaidista de infantería que una vez tardó junto a su patrulla de Cascos Azules, casi 15 horas en atravesar 300 kilómetros en pleno infierno haitiano, fue durante su segundo despliegue en aquel país caribeño. También estuvo en medio de los campos minados de Chipre.
Fragni medía a medio ojo la cara de asombro de los cursantes y, como si fuese un avezado cineasta, los introducía a un cuadro de situación hostil, un escenario minuciosamente estudiado: un grupo de periodistas fueron invitados por las Naciones Unidas para que hagan la cobertura de la firma de un tratado de paz entre dos pueblos que se venían matando los unos a los otros desde hace añares por fanatismos religiosos, dinero y diversas cuentas pendientes.
Y, como un gran simulador, condujo durante cinco días a los hombres y mujeres de la prensa por un sendero de postas donde no faltó el gas, los tiros, los gritos y toda la parafernalia que se puede ver en esos territorios donde la muerte trabaja a jornada completa y el dolor por la tragedia tajea el alma. Casi cuatrocientas personas, entre oficiales, suboficiales, reservistas y profesionales civiles de diferentes especialidades trabajaron durante dos meses para que los cursantes apenas se acerquen a la mínima escala de estrés que se puede vivir en una zona de conflicto.
En realidad, el curso se viene perfeccionando en CAECOPAZ desde hace más de 20 años. Eso lo sabe el suboficial mayor Rodrigo Nieto, que desde hace 13 entrena a los Cascos Azules. Lo conocí hace casi una década, cuando fue uno de los que me instruyó en el mismo curso. El infante del Ejército es un experimentado paracaidista, pero la especialización que más le atrajo es la cartografía, por lo cual su clase es la de navegación sobre el terreno.
El instructor de las Naciones Unidas tiene una extensa carrera. Realizó el curso de sargento mayor en el Ejército de los Estados Unidos y otro de coordinador cívico-militar en Canadá. Además, participó de cuatro misiones de paz, en una fue operador de radar durante el conflicto entre Irak y Kuwait, y las otras tres veces estuvo destinado en Chipre.
“Siempre me llamó la atención la poca preparación que tienen los periodistas para desenvolverse en zonas hostiles, como si en las currículas de su formación académica no tuviesen materias o salidas al terreno donde se los prepare para trabajar en ambientes complejos”, me cuenta mi amigo Nieto, que en pocos meses se retira del ruedo después de una destacada carrera militar y de salvar su cuero cuando, en 1996, quedó en medio del fuego cruzado entre turcos y chipriotas, durante un incidente que casi hizo temblar a toda esa región.
UNA PISTA DE ESTRÉS DE CINCO DÍAS
Ahora los cursantes que buscan ser dignos herederos de Roger Fenton, aquel corresponsal de la guerra de Crimea. Se encuentran formados en una línea sobre la Plaza de Armas de CAECOPAZ. Llevan chaleco antibalístico, casco de la ONU y un morral verde donde cargan la máscara antigás. La orden fue clara desde que ingresaron a la base militar: “Jamás se desprendan de esos tres elementos, son los que les pueden salvar la vida”.
Se los ve cansados, la primera jornada fue larga, durmieron poco, un simulacro de bomba los arrancó de sus camas a media madrugada. La situación fue tensa, algunos dejaron el “hotel” en ojotas, pero nadie olvidó esos tres elementos salvavidas. Todos ya estaban en situación, mentalizados en que se encontraban en territorio hostil.
“Gas, gas, gas”, grita con voz de mando el suboficial principal de Marina, Víctor Nittinger. Los cursantes ponen rodilla a tierra mientras intentan desesperadamente colocarse la máscara. Se siente el ruido de algunos cascos que ruedan sobre el cemento, el largo pelo de una de las periodistas se enreda entre las cintas de su máscara, otro se la pone mal y le queda de sombrero, pocos consiguen colocársela de manera correcta antes de los ocho segundos. “Están muertos corresponsales, están muertos, si esto fuera real, están muertos”, brama el instructor, que entre los cursantes se ganó el apodo de “El Patrón”, antes de ordenar por décima vez repetir la acción.
Nittinger, quien se cataloga como un “viejo lobo de mar”, es otro veterano entre las tropas de los Cascos Azules. Realizó una misión en Chipre y dos en Haití, es especialista en Guerra Química, Biológica y Nuclear y, por ello, sabe de qué se trata: “Uno debe saber manejar la respiración para poder soportar el pico de estrés. Se puede mantener el control con una buena respiración. Pero, además de saber sobrellevar una situación estresante, un corresponsal de guerra debe estar capacitado en evasión y escape. Debe saber sobrevivir”.
Cada vez que se le ocurría, El Patrón gritaba “gas, gas, gas” y no les permitía a los cursantes sacarse la máscara para comer hasta que no se sentara el último con su plato de comida. “Son una unidad, deben trabajar de manera conjunta, nadie deja a nadie. los compañeros se cuidan, es una regla de oro”, aconsejaba antes de vociferar con tono de queja: “Corresponsales, el tiempo pasa y la misión fracasa”, y volver una vez más con eso del “gas, gas, gas”. No lo hacía de pesado, los estaba entrenando.
Los periodistas entendieron la importancia de ponerse a tiempo y de manera adecuada la máscara en la ‘pista de estrés’, cuando se encontraban mojados, embarrados y cansados, arrastrándose y corriendo en medio de los gritos, los tiros, las detonaciones, el movimiento de vehículos blindados y el gas, el siempre presente “gas, gas, gas”.
Un corresponsal de guerra muerto, herido o alterado por el horror que tiene a su alrededor no puede hacer bien su trabajo. Quien balbucea durante una transmisión en vivo, quien no logra concentrarse para escribir o quien no puede hacer foco con su cámara porque tiembla o se le llenan los ojos de lágrimas, debe abortar su misión porque se ve impedido de contarle al mundo las aberraciones que suceden en una zona hostil. Pero, además, su vida y la de sus compañeros corren el doble de peligro.
La clave, según los especialistas, toda la bibliografía que hay sobre el asunto y la experiencia propia, es saber gestionar la presión del estrés. El entrenamiento en la aclimatación ayuda a eliminar algo de la sorpresa de una situación real. En resumidas cuentas, las diferentes postas del curso programado en CAECOPAZ significaban una suerte de inoculación de dosis precisas de estrés seguida de oleadas de recuperación y repetición de ciclo de manera muy específica.
Los instructores Cascos Azules, que se rifan la vida cada vez que salen hacia una misión de paz, saben que la inoculación del estrés mediante un entrenamiento realista es una herramienta efectiva para “llegar hasta el límite” y no salir de la zona de autocontrol. También conocen que los ejercicios de respiración táctica de cuatro tempos han salvado muchas vidas. Se trata de una técnica adicional para controlar la respuesta fisiológica. El objetivo es bajar las frecuencias cardiacas para evitar llegar a la ‘fase negra’, donde se superan las 175 pulsaciones por minuto y se entra a un área marcada por el colapso catastrófico del rendimiento mental y físico, según el Modelo Unificado de Estrés y Rendimiento que diseñó el legendario coronel de la infantería de marina estadounidense, John Dean “Jeff” Couper.
Los cursantes no fueron los únicos que recibieron presión y durmieron poco. El que más presión parece haber recibido durante los cinco días fue el capitán Gustavo Cattaneo, encargado de la seguridad del curso. El infante del Ejército, que porta el cóndor plateado de los especialistas de tropas de montaña, cuidaba la integridad de cada uno de los periodistas y estaba pendiente de todo: desde los tiros durante los ejercicios hasta las más mínimas maniobras del personal desplegado, las tanques de caballería, los camiones, los jeep, las detonaciones, el humo, el gas y del horario de cada ascenso y descenso del helicóptero de la Fuerza Aérea que trasladaba a los cuatro equipos de corresponsales que se encontraban en el teatro de operaciones planeado por los instructores de las Naciones Unidas. El ejercicio también estuvo permanentemente bajo la lupa de un equipo de psicólogos y médicos, y dos ambulancias.
“Lo primero que deben aprender los periodistas son las técnicas individuales para poder desplazarse y sobrevivir en una zona hostil. Armado de equipo, movimientos en zonas urbanas, primeros auxilios supervivencia, entre otras cuestiones que les van a salvar la vida”, recomienda Cattaneo, que ya está listo para salir a su primera misión de paz. Aunque él es consciente de que “uno nunca sabe cuándo realmente se encuentra preparado ir a un teatro de operaciones. Pero se podría decir que lo más cercano es cuando uno logra ejecutar técnicas y procedimientos de combate y protección individual de manera automatizada, en cuestión de segundos, sin dar lugar a pensamientos y dudas. Como dice una vieja frase de infantería: ‘Dudar es detenerse, detenerse es morir’”.
El viernes 31 de marzo, 27 trabajadores de prensa recibieron sus diplomas de Periodistas en Zonas Hostiles. La última baja se registró ese mismo día, cuando los médicos opinaron que uno de los cursantes no podía completar el entrenamiento por una torcedura.
“Todos sabemos que ‘la primera víctima cuando llega la guerra es la verdad’”, dice el coronel Filippini, evocando la frase atribuida al senador estadounidense Hiram Johnson en 1917 durante la Primera Guerra Mundial. “Por eso —continua el director de CAECOPAZ— nuestro objetivo fue prepararlos, aproximarlos a un escenario real. Entiendo que el rol del periodismo es fundamental para las democracias y la paz”. ∞
CAPACITACIÓN PERIODÍSTICA
Todas las noches, como parte de la capacitación, cada equipo de periodistas se abocaba a la realización de un artículo periodístico acompañado por fotografías y un pequeño informe audiovisual que eran evaluados a primera hora de la mañana. Debido a la exigencia del ejercicio, los cursantes dormían entre tres y cuatro horas por día.
Labor periodística en zonas hostiles, estrés postraumático, comportamiento en situación de toma de rehenes, zona de minas, supervivencia, primeros auxilios, navegación sobre terreno, medidas de seguridad en helicópteros y protección en Guerra Química, Biológica y Nuclear, son algunos de los temas que se trataron durante las instrucciones diurnas y nocturnas.
Por las aulas y el campo de entrenamiento de CAECOPAZ han pasado alumnos de diferentes países de Latinoamérica. Entre sus instructores, hubo reconocidos veteranos de Argentina, Brasil, Colombia y Francia, entre otras naciones.
BAJO BANDERA DE LAS NACIONES UNIDAS
El Centro Argentino de Entrenamiento Conjunto para Operaciones de Paz (CAECOPAZ) fue fundado en 1995 como centro de entrenamiento de excelencia para la capacitación de contingentes que son enviados a participar en operaciones de paz. Desde 1958 Argentina ha contribuido con tropas que participaron en misiones de diferentes continentes, llegando a desplegar contingentes de 1500 efectivos en 1994 y habiendo participado en zonas hostiles como la ex-Yugoslavia, Kuwait, Eslavonia Oriental, Sahara Occidental, Jordania, Siria, Chipre y Colombia. También ha participado en incursiones navales durante la Guerra del Golfo y en el Golfo de Fonseca, además de operaciones de apoyo humanitario en Mozambique, Kosovo, Líbano y Haití. El número de víctimas mortales de argentinos en misiones de paz bajo bandera de la ONU, según datos oficiales del organismo internacional, es de 26. Actualmente el país se encuentra participando en ocho despliegues.