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REFUGIADOS. Enrique Piñeyro: “Mi intención sólo es la de alivianar un poco su sufrimiento”

Lo dice el piloto y cineasta Enrique Piñeyro, quien a sus 65 años se montó en la travesía de colaborar con los que huyen de la guerra entre Ucrania y Rusia. Al mando y conduciendo su propio avión, ya trasladó a más de 1.700 refugiados desde Varsovia hasta España y Argentina, y también transportó casi cincuenta toneladas de insumos para la ayuda humanitaria. En su octava misión en pocos meses y ahora además comprometido al rescate de migrantes en el mar Mediterráneo, habla de la “economía disruptiva”, cuestiona a los gobiernos y a la clase empresarial y advierte que los derechos humanos no deben pasar por un tamiz ideológico.

AL RESCATE DE LOS REFUGIADOS

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Por Fernando Oz

Cuando el Boeing 787-8 se posiciona en la pista de despegue y sus turbinas aceleran revoluciones, aparece en escena la voz del comandante dando la bienvenida. Entre los pasajeros todos sabemos quién es e incluso conocemos, más o menos, qué ha venido haciendo en su vida el genovés Enrique Piñeyro (65). En resumidas cuentas, es un médico aeronáutico, piloto con destacada trayectoria y un lúcido cineasta que levanta polvareda por donde pasa y que ahora está por cruzar el océano en su octava misión para asistir a los refugiados ucranianos que huyeron de la guerra y esperan un incierto destino en el Centro de Exposiciones de Varsovia. En ese mismo vuelo se encuentra GENTE.

Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 4,71 millones de ucranianos tuvieron que abandonar su país. Se estima que 1,14 millones se encuentran en Polonia, 1,04 millones en Rusia, 780 mil en Alemania, 361 mil en la República Checa, 125 mil en Italia y 109 mil en España. Durante los dos primeros meses de la guerra cientos de miles de personas cruzaron a los países vecinos. Muchos volvieron, por eso las cifras se redujeron un poco. Actualmente hay unos 87 mil en Moldavia, 84 mil en Rumanía, 78 mil en Eslovaquia, 23 mil en Hungría y ocho mil en Bielorrusia. La crisis humanitaria que afronta el Viejo Continente fue agravada como consecuencia de la guerra desatada por el presidente ruso Vladimir Putin. Los especialistas dicen que es la más grande desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945.

Entretanto, en el vuelo del comandante Piñeyro, además del copiloto, los auxiliares de tripulación y su equipo de trabajo, hay médicos que van a sumarse a las tareas humanitarias que se realizan alrededor de las fronteras de Ucrania. La primera parada será en el aeropuerto de Barajas, donde se sumará a un equipo de Open Arms, una ONG con base en España que desde hace siete años viene salvando vidas en el mar Mediterráneo y prestando asistencia a migrantes de África y Oriente Medio.

Una simpática azafata me da a elegir asiento. Es así que me atrinchero en la butaca más cercana de primera clase: las veces que anteriormente viajé a Europa lo hice en clase turista, como sardina enlatada. Piñeyro anuncia que habrá buen clima en Madrid, donde arribaremos al día siguiente, pasadas las 17.

Mientras en los bares de Barajas los españoles se quejan del aumento de los combustibles y del gas como consecuencia de la guerra, el hostal barato en el que me alojo para pasar la noche está lleno de inmigrantes marroquíes, sirios y venezolanos.

Al otro día, bajo el sol del mediodía, el comandante despega su avión rumbo a Varsovia. En la bodega hay desde insumos y hasta jaulas de transporte para mascotas. Piñeyro, con su uniforme de aviador civil, no deja nada librado al azar.

En el vuelo también se encuentra parte del equipo de Open Arms, con su fundador a la cabeza, Óscar Camps. El viaje se torna sin sobresaltos. Una vez en destino, algo más relajado que en las últimas horas, el piloto se desploma en un sofá del lobby del hotel Bristol, en el centro de Varsovia. Tiene ganas de tomar un Campari… y también tiene ganas de hablar de este compromiso que viene asumiendo como propio desde hace ya varias semanas: trasladar refugiados de la guerra…

—Empecemos por el final: ¿Qué siente cuando termina la travesía de cruzar el océano con este fin tan loable? ¿Qué es lo primero que piensa al llegar a su casa? 

—Siento que estamos haciendo lo que hay que hacer y que es muy bueno que lo podamos hacer y muy triste que lo tengamos que hacer. Son emociones encontradas. Por un lado, los ayudamos a sacarlos de Varsovia y, por otro lado, ves el desgarro que tienen cuando ponen un píe en un país donde no saben hablar el idioma, donde sus destrezas laborales no están validadas, no saben a dónde van a ir a parar y no saben si van a volver a ver a sus padres, a su marido, sus hijos… –Piñeyro da un largo respiro, como si le faltara el aire–. Mi intención sólo es alivianar un poco su sufrimiento, aunque en realidad no les resolviste concretamente nada. Contrariamente a lo que nos pasaba en Níger (la república de África occidental), donde, si bien habían parido lo indecible, te dabas cuenta de que podían aspirar a una vida nueva, distinta. Pero en mi anterior vuelo había gente de la ciudad portuaria ucraniana Mariúpol, y era dramático: un pasaje de niños, mujeres y ancianos que van dejando atrás padres, maridos e hijos. Son emociones muy encontradas. 

Ésta es la octava misión humanitaria que comanda el piloto civil, junto al equipo de su ONG Solidaire y con el apoyo de Open Arms, en la guerra entre Ucrania y Rusia. Trasladó desde Argentina casi cincuenta toneladas de alimentos, entre otros insumos básicos, y sacó de Polonia a más de 1.700 refugiados ucranianos. Sin embargo, aquel hombre de uniforme que se encuentra fundido en un sillón de un hotel con ganas de beberse un Campari cree que lo suyo no es más que “una gota en el océano”. Lo dice de verdad, se le nota en los ojos, en su ceño fruncido. “Una gota en el océano”, repite con voz áspera, con el rostro altivo de quienes mastican con dignidad la resignación de haber visto el mundo real, ese que no lleva maquillaje, filtros ni sale en el prime time. 

—En total ya van como 14 millones los desplazados por la guerra, entre los que están dentro y fuera de Ucrania —apunta con cifras Piñeyro—. Sobre tales cifras, sé que esto en lo que me comprometo puede ser la nada misma, aunque no si me pongo a pensar que son más de 1.500 personas a las que, no es que la van a pasar bien pero de alguna manera, como te digo, se les aliviana el sufrimiento. Vivir en una reposera en Varsovia no es vida. 

—Algunos consideran que el Gobierno argentino ha tenido una postura tibia o ambigua respecto al conflicto. ¿Usted qué cree? 

—Evidentemente hay una interna muy fuerte que no parece estar resuelta. Hablamos de bombardeos a la población civil, que es un crimen contra la humanidad. Yo no sé si hay lugar para indefiniciones o tibiezas frente a algo así, de cualquier lugar de donde venga. A mí lo que me preocupa del tema de derechos humanos o ayuda humanitaria es que no parece igualitaria. A los refugiados que vienen desde el norte de África los tratan muy mal en Europa y a los que vienen de Ucrania los tratan muy bien, pero claro, en este caso el malo es Putin, entonces nosotros somos los buenos que los recibimos. Pero cuando los malos somos nosotros que destruimos África durante siglos, lo que ha hecho Bélgica es indecible. Si alguien no me cree, basta ver el saqueo en el museo de Louvre o en British Museum, el botín a la vista, orgullosos. Todo África era una colonia, Europa infligió un daño y lo sigue haciendo cuando pescan ilegalmente en las costas de Mauritania o Senegal. No sólo los españoles, sino los chinos, los coreanos, es un desastre. Abren empresas, filiales de ellos, en Senegal, e imputan al mismo barco de la empresa local que a la cota de extranjeros… Hacen cualquier cosa y siguen depredando fuentes laborales. Europa tiene una responsabilidad muy grande en todo lo que está pasando en el norte de África. 

—¿Qué lo lleva a embarcarse en semejante misión? ¿Por algún motivo se siente obligado? 

—La obligación de rescate no es algo discutible para el capitán de un barco o de un avión. ¡Es algo fijado por la Organización Marítima Internacional, por la Asociación de Aviación Civil! De hecho, el primero que llega a un sitio de rescate es el que lo coordina. Es algo que ni lo pensás, estás obligado a hacerlo. Es el espíritu de la manada, el más fuerte tiene que asistir al más vulnerable. Si tu embarcación se encuentra en buenas condiciones y ves a una que se está hundiendo, vos tenés que ir a prestar algo de esa fortaleza que te sobra para dársela a los más vulnerables. Por eso es por lo que trabajamos tan cerradamente con Opens Arms, porque es lo mismo en algún punto: rescatamos vidas.

El comandante de Solidaire diseñó toda una arquitectura financiera para costear su propia odisea. Además de utilizar sus dos aviones para acciones humanitarias, también puso a disposición de Opens Arms una embarcación para colaborar con los migrantes que intentan cruzar el mar Mediterráneo. La fórmula que aplica es lo que llama “capitalismo disruptivo”, que no es otra cosa más que “tratar de que los objetos de lujo sirvan para algo más que para satisfacer algún deseo personal”

—¿Se puede financiar ese capitalismo, que sin dudas es más humanitario? 

—Sí, si se aprende a invertir. Pero tenés que aprender, justamente, porque en la escuela no te lo enseñan. En la escuela te mienten, te dicen que el ahorro es la base de la fortuna. La inflación es el mecanismo que tiene el sistema capitalista para que cuando das una compensación parcial de esa inflación que hizo perder valor adquisitivo a los salarios, la gente cree que le diste un aumento. No le diste una mano, le fuiste sacando el valor adquisitivo. Por qué tienen que enseñarles a los chicos que el ahorro es la base de la fortuna. Lo que es la base de la fortuna es aprender a invertir, a cuidar el dinero. Hablo de invertir no de especulación financiera, apuestas, productos, bancos que generan dinero de la nada.

—¿Cree que después de todo esto haya un nuevo orden mundial, que habrá mayor conciencia, que se impulsará ese capitalismo disruptivo de que usted habla?

—Lamentablemente creo que no. Los millonarios, lejos de hacer capitalismo disruptivo, hicieron una incursión en la política. Antes los políticos intermediaban con los políticos: les daban plata para sus campañas y les pedían que gobernaran para ellos; y los políticos les decían ‘bueno, sí, un poco te voy a dar, pero también tengo que dar otro poco para allá porque yo tengo los votos’. Ahora es de manera indirecta: con un club de fútbol, con un canal de televisión, y vas. Hoy está plagado de millonarios outsiders que fueron incursionando en política, básicamente de la mano de la televisión y el fútbol. Se dieron cuenta de que ya no necesitan intermediar con los políticos. Hicieron capitalismo disruptivo en provecho propio para seguir haciendo más negocios. Eso no produce nada, al revés, produce una distorsión enorme. Vos mirás y escuchas a Trump y no podés creer cómo ese tipo llegó a ser presidente.

—¿Cree que hay un aumento de la frivolidad en los medios? Estuvo quejándose de la China Suárez durante el viaje.

—Desmiento que me venga quejando de la China Suárez, era un juego.

—Yo lo escuché.

—Mi propuesta era que se vaya a vivir a la Antártida porque no puedo seguir el tren con los romances de la China. Era una chacota de autobús de aeropuerto, un chiste. Hay una invasión de noticias irrelevantes y eso, lejos de limpiar el panorama, genera una confusión tremenda. Una vez está bien, pero dos, tres, y más, basta, cambiemos de tema. 

—¿Cuánto aportan las redes sociales a ese ruido? 

—En las redes sociales es distinto porque ahí cada uno es su medio. Como decía Santi Maratea, “cada uno es un medio hoy día con las redes”. Él, por ejemplo, decide poner todo ese poder en servicio de algo, es disruptivo lo que está haciendo. De hecho, hace una intervención directa con sus recursos en redes sociales. Es un fenómeno interesantísimo y me parece parte de ese capitalismo disruptivo, en el que alguien entiende que con los actuales métodos de pago se puede intervenir de manera directa —como lo hizo en los incendios en Corrientes—, y hacer la diferencia. Es el capitalismo disruptivo positivo. El capitalismo disruptivo negativo es esto de que los millonarios ya no intermedien con los políticos y se pongan a gobernar en primera persona. Eso es complicado.

—Quiero volver a la opinión que tiene sobre la postura del Gobierno argentino sobre la guerra en Ucrania… 

—Con la situación de Ucrania hay una ambivalencia producto de una interna salvaje, feroz. No entiendo que no puedan fijar prioridades es un tema de derechos humanos, hay bombardeos a población civil, eso está mal y hay que condenarlo, hay que asistirlos. No hay un tamiz ideológico. Encarcelar a un opositor está mal, sea del signo que sea; disparar sobre una manifestación de gente totalmente desarmada está mal, sea del signo que sea. Me da mucha tristeza ver a algunos argentinos que en la década del setenta eran como ultra progresistas y ahora avalan tiros contra manifestaciones desarmadas. Llega un punto en que el filtro ideológico te hace ignorar deliberadamente las cosas o no. Que los derechos humanos son para unos y para otros no, está mal. Los derechos humanos son para (Rafael) Videla también, que los rompió a todos. Se murió con siete fracturas y nueve hematomas, yo vi la autopsia, eso es abandono de persona. No podemos hacer eso, porque entonces comenzamos a parecernos a él. Y él es un monstruo asesino como se ha visto en nuestro país. Todo el mundo merece los derechos humanos, no es aplicable a una ideología.

—¿Cuál será su próximo paso? Con usted nunca se sabe, es un aventurero, una suerte de Indiana Jones socialista…

—¿Indiana Jones socialista? Esa definición no la tenía. Me gusta, puede que la use… Con las ONGs de intervención directa se pueden hacer muchas cosas, no tanto de acción declarativa afirmativa o de recirculación de fondos, sino de ir e intervenir donde está el problema. Creo que se puede hacer muchísimo, sobre todo en estos momentos en que los Estados están ignorando sus deberes básicos. La obligación de los rescates en el mar es una cosa de los Estados y no lo están haciendo. Algunos hasta llegaron a poner por escrito que no lo iban a hacer para no sentar precedente: eso es violatorio de todos los tratados de derechos humanos y convenios internacionales. ¿Cuál será mi próximo paso? No lo sé, qué sé yo. Por lo pronto mañana tenemos que completar la misión de trasladar a estos cientos de refugiados que necesitan imperiosamente una mejor vida.