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REFUGIADOS. “Ya no se podía caminar. Tiraban bombas en todas partes”

Cuatro días después de poder dejar su tierra en el vuelo humanitario piloteado por Enrique Piñeyro que organizó la ONG Solidaire, recaló en Buenos Aires. Aquí fue recibido por el periodista de GENTE que cubrió la primera etapa de la guerra con Rusia, recorrió la ciudad y hasta visitó la Feria Internacional del Libro, antes de viajar a Misiones, donde se encuentra la comunidad ucraniana más grande del país.

El primer refugiado ucraniano en Argentina

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Por Fernando Oz

El sábado 7 de mayo, antes de la medianoche, le abrí la puerta de mi departamento a Bohdan Holovchak, un ucraniano que había llegado esa misma noche al país. Se lo notaba cansado, algo nervioso. Empapado en sudor. Lo trajo una conocida que realiza tareas humanitarias en el consulado de Ucrania en Buenos Aires. Traía una mochila no muy grande y dos bolsas de plástico llenas.

Él es parte de la primera tanda de refugiados ucranianos que llega a la Argentina. En el mismo vuelo humanitario se encontraban Alina, Lala y Nazar, los dos hijos de ella, y una señora de 72 años llamada Irina. El Boeing 787 fue piloteado por Enrique Piñeyro, que previamente venía de trasladar más de 200 refugiados desde Varsovia hasta Barcelona y Madrid. La misión fue organizada por su ONG Solidaire.

Oriundo de Ivano-Frankivsk, el mismo pueblo en el que vive mi amigo Oscar Alberto Peña (el protagonista de la nota anterior), hacía cuatro días que Bohdan había dejado Ucrania, escapando de Sumy, una ciudad a orillas del río Psel, a un poco más de 30 kilómetros de la de la frontera con Rusia, a 140 kilómetros al noroeste de Járkov y a 306 kilómetros al este de Kiev. Allí realizaba tareas administrativas en una empresa.

Una vez en Buenos Aires, cenamos pizza y brindamos con whisky. Bohdan no había probado ni una gota de alcohol desde que comenzó la guerra: el Gobierno prohibió su venta. Los silencios eran largos y las dos porciones que quedaban están frías. Fumábamos y tomábamos.

“Ya no se podía caminar. Tiraban bombas en todas partes”, me escribe en una aplicación del celular que tradujo del ucraniano al español. Lagrimea antes de servir otro trago. Hablamos hasta las cuatro de la madrugada, un poco de inglés, mucho de italiano, y con el traductor, si nos ponemos de acuerdo. Cuando las pocas palabras que teníamos en nuestro corto menú comenzaron a repetirse Bohdan pasa a la imagen. Decenas de fotos y videos que había tomado con su celular desde el primer día que Rusia disparó su armamento contra la ciudad de Sumy, centro administrativo de la provincia que lleva el mismo nombre.

De cuántas formas diferentes se puede sintetizar lo que ocurre en una guerra. El ucraniano recién llegado también es de los que creen que, por lo general, cuando la tragedia y la muerte pegan a pocos metros, cuando sólo se oyen gritos, sirenas y disparos, y cuando la incertidumbre y el dolor ajeno cala en los huesos, el idioma se vuelve universal.

Entre sus cosas trajo algo de alimento. Un manojo de avena, otro poco de un arroz redondo, sal, azúcar, café y tabaco. Todo envuelto en pequeñas bolsitas de plástico, apenas puñados de cada cosa. Una cuchara, una jarra mediana, un cargador de batería portátil y algunas mudas de ropa.

Bohdan no durmió mucho y a las 10 de la mañana del domingo estaba paseando por el centro porteño. Se sacó fotos en el Obelisco, al lado del mástil de la Plaza de Mayo, junto a un Granadero parado de guardia en la puerta del Cabildo. También entró a la Catedral y se inclinó antes de persignarse. “Me gustaría trabajar como guía de turismo”, me cuenta mientras caminamos.

Después de activar su nuevo número de celular, se comunica con su madre. Ella vive en Ivano-Frankivsk. De su novia, Bohdan no volvió a saber más nada desde que dejó Ucrania. Pudo salir gracias al certificado que guarda doblado en cuatro en una bolsita, donde consta que se encuentra exceptuado del servicio militar por cuestiones médicas. Explica que esa situación no lo pone contento y que algunos de sus amigos están peleando en la primera línea, de otros tantos no sabe nada.

A las cuatro de la tarde entramos a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y minutos más tarde estábamos sentados en la cuarta fila del auditorio de la Sala José Hernández, donde comenzaba un acto por el día de Ucrania. Los primeros lugares estaban reservados para políticos, diplomáticos e invitados especiales. Bohdan estaba vestido prácticamente igual que cuando bajó del avión. Se emocionó al cantar el himno de su país y comenzó a cabecear del cansancio cuando comenzaron los discursos.

Estuvo unos minutos con los ojos cerrados y los abrió cuando comenzó un espectáculo de danzas folklóricas típicas de Ucrania. En el ambiente se notaba la preocupación por lo que ocurría en el país asediado por Rusia, pero sólo en los ojos de Bohdan se podía ver parte de la guerra. Sin embargo, la presencia del primer ciudadano ucraniano que llegó a Argentina luego de escapar del horror, y que se encontraba allí, en la cuarta fila, pasó de manera desapercibida. Las luces y las cámaras apuntaban a los de la primera fila.

Cada tanto, Bohdan se acerca y me dice en voz baja que están bombardeando tal o cual lugar. En su celular recibe las notificaciones que envían personas que se encuentran en diferentes lugares de Ucrania. Me muestra mapas y fotos. Su cuerpo se encuentra en Argentina, pero su mente sigue en la guerra.

El miércoles por la mañana Bohdan tomará un vuelo hasta la provincia de Misiones, donde se encuentra la comunidad ucraniana más grande del país. El gobernador Oscar Herrera Ahuad se ofreció para recibirlo y brindarle asistencia. “Me gustaría poder trabajar como guía de turismo. Pero también quiero hacer traducciones para los periodistas, tengo que ayudar a mi país, aunque me encuentre en otro lado”, me comenta mientras observa las fotos de un nuevo ataque con misiles. El próximo 12 de septiembre cumplirá 38 años: le prometí que íbamos a organizar juntos su cumpleaños. 

“Me gustaría poder trabajar como guía de turismo. Pero también quiero hacer traducciones para los periodistas, tengo que ayudar a mi país, aunque me encuentre en otro lado”.

Bohdan Holovchak