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EL DESPERTAR CHILENO

Un año y tres meses después de iniciada, la protesta social y la represión no cesan. El descontento en el país trasandino se inflama con cada partícula de gas y plomo que disparan los carabineros que custodian a Sebastián Piñera, el presidente que tiene peor imagen en toda Latinoamérica. Muertos, mutilados, presos políticos y una dirigencia en caída.

Tienen entre 13 y 30 años y un sueño: “Refundar nuestro país”

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Por Fernando Oz

 Los tres iban directo al centro de una emboscada. Uno corría con una enorme honda de metal colgada como si fuese un collar, el que traía la máscara antigás que le cubría la totalidad del rostro levantaba las manos como si estuviese por rendirse y el más joven parecía una liebre. A simple vista, ninguno tenía más de veinte años. Se vieron obligados a frenar cuando se toparon de frente con dos carros lanza agua que avanzaba por La Alameda a toda velocidad. Alcanzaron a doblar en la primera esquina, sin saber que una treintena de uniformados en línea de ocho se acercaban a la caza. Todos se lanzaron sobre ellos. En medio de la persecución, sin darse cuenta, un carabinero dejó caer su pistola reglamentaria. “Paco (así lo llaman) culiao, tiraste tu arma, paco inútil. Tu arma paco perkin (servil)”, gritó una chica que aquella soleada tarde había faltado a clase para ir a protestar a la Plaza de la Dignidad. Inmediatamente, un grupo de jóvenes rodeó el arma para que nadie la tocara hasta que cuatro uniformados retrocedieron para rescatarla. Dos bombas de gas terminaron con las carcajadas y las burlas. Todos a correr.

La protesta de ese viernes 6 de marzo fue la primera gran movilización del año. Dos días antes, el gobierno de Chile confirmaba el primer caso de Covid-19 en el país. Pero en aquel momento a nadie le importaba el coronavirus que tímidamente se asomaba por Sudamérica, ni al joven que terminó cazado como liebre, ni a la chica de jumper escolar azul marino, ni a mi colega Fernando Rumi que aquel día sintió por primera vez la espantosa sofocación que provocan los gases que lanzan los carabineros.

A ninguno de los manifestantes que se encontraban en aquella escena se le ocurrió tomar el arma y cargarse a uno o dos carabineros, o simplemente herirlos. Tampoco nadie intentó robársela. “Ellos vienen a reprimir, tienen armas… Nosotros no tenemos hondas para defendernos. No queremos muertos”, me había dicho Carla dos meses antes, durante la primera incursión por el polvorín chileno. Ella es enfermera y desde que todo estalló —hace un año y tres meses— atiende heridos en uno de los puestos de auxilio de Primera Línea. 

La postura de las fuerzas armadas y de seguridad del presidente Sebastián Piñera parece opuesta. Al día de hoy hubo 437 manifestantes heridos con daños oculares o la perdida de algún ojo. De hecho, uno de ellos quedó absolutamente ciego. También hubo violaciones y maltratos de todo tipo. Nueve perdieron la vida a manos de los uniformados, uno luego de ser empujado desde el puente que cruza el río Mapocho: tenía dieciséis años. La justicia aún investiga otras muertes ocurridas durante las protestas. 

Todos son datos oficiales y ya están volcados en un informe que será publicado en los próximos días por el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, como se lo confirmó a este cronista una fuente del organismo internacional. No será el primer documento que refleja la represión que se vive en el país trasandino.

Una semana después de la emboscada a los tres jóvenes y del papelón del arma del “paco perkin”, un equipo de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU emitía un informe de 30 páginas donde decía que el Ministerio Público investiga 26 casos de personas “fallecidas en el contexto de las manifestaciones sociales”: una de ellas “supuestamente” se habría suicidado en una comisaría. 

Kevin Gómez Morgado, (24) fue baleado con munición letal por personal militar. Nahuel Rebolledo Navarrete (23) fue atropellado por un camión de la Armada. Los nombres de los muertos siguen, al igual que los casos de torturas o violencia sexual contra mujeres, niñas y niños adolescentes. El informe publicado el 13 de marzo de 2020 es escalofriante.

LA GENERACION DEL BICENTENARIO

María está vestida con la ropa del colegio, lleva una mochila azul y un pañuelo del mismo tono que utiliza como barbijo. Antes de contarme que tiene quince años y los motivos que la traen a la ex Plaza Italia, deja caer la piedra que sostiene con su delicada mano derecha. “También por nuestros padres. Ellos vivieron el tiempo de la dictadura y tienen miedo de salir, por lo que vivieron”, acota su compañera de trece. Ella lleva el uniforme del mismo colegio, una mochila roja y un pañuelo verde con un estampado que dice “Aborto Libre” en letras blancas. Sus pañuelos no son por el temible coronavirus, sino para amortiguar los gases de los carabineros. 

Fueron los alumnos secundarios quienes en octubre de 2019 decidieron saltar los molinetes de las líneas del metro de Santiago de Chile para evitar pagar el aumento del pasaje que había autorizado el gobierno. A igual que en la Primavera Árabe, las redes sociales cumplieron un rol fundamental en las convocatorias, #EvasiónMasiva fue el hashtag con el que inició todo. 

Una semana antes, Piñera había anunciado un proyecto de reducción de la jornada laboral y flexibilización. En la opinión pública aumentaba el descontento contra diferentes medidas del gobierno, como por ejemplo la iniciativa que permitía el control policial en la vía pública a partir de los 16 años o a las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), otra de las herencias de la dictadura de Augusto Pinochet. 

En pocos días las protestas aumentaron, hubo incidentes con los carabineros en las estaciones y vagones incendiados. El conflicto derivó en gigantescas manifestaciones en todo el país, los reclamos de índole social se sumaron y en menos de un mes miles de personas salían a las calles pidiendo el cambio de la Constitución aprobada durante la dictadura y un cambio de modelo económico, todos al grito de “Chile despertó”.

Piñera lanzó al Ejército y ordenó el estado de excepción, toque de queda incluido. Los militares, junto a los carabineros, hicieron lo que mejor saben hacer: reprimir y matar. La mayoría de los chilenos ya no apuntaban al presidente, sino a toda la clase política. 

Desde entonces Chile vive una revolución, encabezada por los nietos de una generación diezmada por la dictadura y vapuleada por una clase política que sostuvo una Constitución de corte neoliberal, que nació en medio de la represión y la desaparición forzada de personas.

UNA LUCHA QUE NO TERMINA

El 25 de octubre último los que estaban a favor de la reforma constitucional ganaron el plebiscito nacional con el 78% de los votos. Los 155 constituyentes serán electos el próximo 11 de abril. Sin embargo, las protestas continúan y las demandas aumentan.

“El 25 de octubre de 2019 más de 1.2 millones de chilenos salimos a protestar en Santiago. Ahí ganamos la calle. Un año después ganamos en las urnas. Pero mantenemos las protestas por los presos políticos, para que haya justicia por los muertos, porque vemos que las cosas no cambian. No es solo una reforma de la Constitución. Son muchas cosas, es el futuro de Chile, es nuestro futuro. Vemos que Latinoamérica nos mira, y hay que hacer una transformación social”, dice Alejandro (prefiere que no publiquemos su apellido) desde Santiago de Chile. 

La última vez que nos vimos fue en la Plaza de la Dignidad y me había mostrado las marcas que le quedaron en el cuerpo cuando los carabineros lo molieron a palos después de haberlo obligado a desnudarse en la celda de una comisaría. En aquel momento tenía 19 años, trabajaba en un hotel y estudiaba Turismo. Su delito había sido estar en las protestas. 

“Nos desgasta la represión, nos desgasta la pandemia, nos desgastan los medios de comunicación de Chile, que nos ocultan o criminalizan la protesta, cachai. Claro que tenemos desgaste, pero hay compañeros que perdieron un ojo y siguen viniendo a la plaza. No nos vamos a rendir, cachai”, me cuenta Alejandro. 

Desde hace año y tres meses, cuando Chile despertó, miles de Alejandros y Alejandras desfilaron por La Alameda hacia la Plaza de la Dignidad. Tienen entre trece y treinta años. Son estudiantes, ingenieros, médicos, obreros, artistas. Se comunican a través de las redes sociales con perfiles falsos y se van pasando por Telegram las ubicaciones por donde pasan los convoyes con los pacos y toda la parafernalia represiva. No sólo desarrollaron diversos métodos de comunicación, sino también técnicas para frenar o evadir el avance de los carabineros. Barricadas, escudos hechos con tambores de aluminio, molotovs incendiarias para tirar contra los blindados, chalecos con placas de poliuretano, y hasta punteros láser que sirven para cegar a los uniformados que disparan gases.

“Nuestros abuelos fueron derrotados por la dictadura, nuestros padres tuvieron miedo porque les tocó nacer en dictadura y padecieron el neoliberalismo. No nos quebrarán, somos la generación que va a refundar Chile”, repiten los jóvenes chilenos como una suerte de mantra. Sienten que son el Faro Sur de Latinoamérica.


“CAMBIÓ TODO, PERO TODAVÍA NO CAMBIÓ NADA”

El prestigioso periodista y profesor universitario Roberto Herrscher nos acercó su visión sobre la actualidad de chile a partir del 2010, y sólo como avezado cronista, sino también como sociólogo egresado de la Universidad de Buenos Aires.

Roberto Herrscher es maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), creada por Gabriel García Márquez, y desde hace unos años dicta clases de Periodismo en una universidad privada de Chile. Desde allí escribe regularmente para The New York Times, entre otras publicaciones internacionales. Herrscher conoce de conflictos y vivió la Guerra de Malvinas mientras hacía el servicio militar, GENTE lo visitó en Chile y lo entrevistó al cierre de esta edición.

—Después de un año y tres meses del estallido de las protestas  y con el plebiscito ganado… ¿cómo se explica que las protestas sigan?

—¿El estallido lo cambió todo o no cambió nada? Puede sonar paradójico, pero las dos cosas son ciertas. Cambió todo porque despertó de su letargo de creerse que todo iba bien porque todo iba bien para los dueños del país, que son las voces en los medios hegemónicos, en la política y en los referentes culturales. Nada iba bien. El país con mayor desarrollo y riqueza era el mismo con mayor desigualdad y ausencia de red social para los pobres. Todo está privatizado, hasta el agua y la salud básica. El estallido hizo que esto fuera evidente, que se pusiera a la vista de todos.

—¿Cambió la mirada?

Exacto. Pero todavía no cambió nada. Recién se aprobó que haya una elección para que un grupo de constituyentes redacte una Constitución nueva. Y la derecha está a full con candidatos, para que ellos sigan gobernando y la nueva Constitución conserve, o incluso extreme, el sesgo privatizador de la anterior. Nada está ganado todavía. Es el comienzo de un posible cambio. ¿Cómo no entender desde ahí que siga la protesta en las calles?

—Más allá del gobierno, cuya imagen —según cualquier estudio de opinión— está por el piso, ¿el sistema político de Chile está agotado?

—La enorme mayoría de los votantes eligió una nueva Constitución y una asamblea totalmente elegida por el voto popular. Hay efectivamente un rechazo a todos los partidos políticos, incluso a los de mayor oposición. En los meses de las protestas antes de la pandemia, ningún político tomó el podio. Sólo lo hicieron músicos, artistas, carteles con los rostros de líderes de la cultura o del pasado. Pero no veo un agotamiento total del sistema, como el de “que se vayan todos” de Argentina. Entre los posibles candidatos a constituyentes o para la elección presidencial de finales de este año siguen puntuando en las encuestas políticos veteranos. Pero hay un cambio: la mayoría son alcaldes (intendentes) o subsecretarios técnicos del presente o el pasado. Gestores, gente que maneja lo cercano, lo práctico. Dirigentes locales. Siento que por ahí puede venir una renovación de nombres y de programas, más que de movimientos totalmente nuevos.

—¿Cuál podría ser la elección de Chile para Latinoamérica? 

—El estadillo de Chile se replicó en Colombia, en Ecuador, en Perú. El llenar las calles con protestas sin líderes, sin dirigencia política, con carteles de demandas ciudadanas hechas a mano, es fruto de una protestas distinta pero tal vez algo cercana a las fracasadas Primaveras Árabes. Y en medio de la protesta, la vinculación del enojo popular con el movimiento feminista. La simple y efectivísimas coreografía de Las Tesis —El violador eres tú—, que puso en las marchas las palabras que antes estaban en el ámbito académico —“patriarcado”— se extendió por todo el continente. El cambio será feminista o no será. El 2019 fue el año en que Chile estuvo a la vanguardia. Esas lecciones siento que siguen vigentes. No me atrevo a decir qué de lo que está pasando aquí en 2020 y lo que llevamos de 2021, la era de la pandemia, es una lección para nadie, ni lo que hace el gobierno ni lo que hacen los de la protesta. Volviendo a la primera pregunta…

—¿Sí?

—La pandemia, el encierro y la crisis económica mostraron que todos los temas que estaban en la protesta del 18 de octubre del 2019 eran temas centrales, reales, dolorosos: todo lo que estaba mal hace un año y medio está peor hoy. ¿Lección? Hay que seguir luchando para que cambie el sistema y por fin se abran las grandes alamedas para que pase el pueblo libre, como soñó en su último discurso Salvador Allende la mañana del 11 de septiembre de 1973.


LA PRIMERA LINEA

Médicos, enfermeros, paramédicos y voluntarios crearon puestos móviles y fijos para atender a los manifestantes heridos. En más de una oportunidad tuvieron que asistir también a carabineros alcanzados por las lluvias de piedras que lanzaban los jóvenes que en Primera Línea frenan el avance de las fuerzas de seguridad. Ser parte de los grupos de Primera Línea parece ser un orgullo entre la joven resistencia. Muchos han perdido algún ojo o la vida por impedir que los uniformados tomen el control de la Plaza de la Dignidad.