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Por Fernando Oz
No hay más colchones para tirar en el piso de cemento mal alisado. Todos están ocupados por heridos de bala que gimen de dolor. El último llamado que se hizo para que venga una ambulancia fue hace veinte minutos. En la sala de primeros auxilios del barrio de Senkata no quedan gasas, ni suero, ni nada: sólo un clima de desesperación.
Dos de los tres más graves se encuentran tendidos en las únicas camillas que hay. El más joven no emite sonido. Sus ojos son enormes y el miedo no le permite parpadear. Su mirada está clavada en la enfermera que presiona con ambas manos su estómago para que deje de brotar sangre. El otro no debe tener muchos años más y pide por su madre en un llanto fino y extenso: tiene algo incrustado en el cráneo, tal vez una esquirla. El que quedó sobre una mesada de madera con una improvisada traqueotomía parece estar muerto.
La masacre de Senkata sucedió el 19 de noviembre de 2019. Duró medio día, dejó decenas de heridos y diez muertos. Desde el exilio, el ex presidente de Bolivia, Evo Morales, culpó de lo sucedido al “golpe del litio”, un mineral blando y blanco que se oxida fácilmente con el aire y el agua. Se utiliza en la industria tecnológica y las baterías de larga duración, como las que usan los ecológicos autos eléctricos que vende Elon Reeve Musk, el magnate que apoyó a Donald Trump hasta último segundo de su mandato.
Morales sigue convencido de que el “golpe de Estado” que lo derrocó el 10 de noviembre de 2019 fue patrocinado por las grandes corporaciones que comercian con el “oro blanco”, y apuntó directamente a Musk, sudafricano nacionalizado canadiense y estadounidense, cofundador de PayPal, SpaceX, Hyperloop, SolarCity, The Boring Company, Neuralink y OpenAI, entre otras, y actual director general de SpaceX y de Tesla Motors, la principal fabricante de los modernos automóviles que se mueven gracias al litio.
Según el Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS), alrededor del 85% de las reservas de litio en el mundo se encuentran en el denominado Triángulo del Litio que abarca áreas de Bolivia, Chile y Argentina. Según los datos oficiales, bajo el manto blanco del salar potosino de Uyuni (Bolivia) hay 21 millones de toneladas de litio, uno de los mayores tesoros del mineral en el planeta. Cada tonelada de carbonato de litio cuesta siete mil dólares.
La crisis en Bolivia estalló el día después de los comicios generales del 20 de octubre de 2019, tras las denuncias de fraude contra Morales, quien fue proclamado vencedor para un cuarto mandato consecutivo por la autoridad electoral. El 10 de noviembre la Organización de Estados Americanos (OEA) realizó un polémico informe donde indicó graves irregularidades en el recuento de votos. Horas después del documento, Evo fue forzado por las Fuerzas Armadas a presentar su renuncia tras casi catorce años en el poder, y al día siguiente se asiló en México. El anuncio sumió al país en el caos, con una ola de violencia que llevó al ejército a salir a la calle para apoyar a una policía desbordada. Rodeada de militares y con la Biblia en la mano, la senadora Jeanine Áñez se hacía cargo del poder.
MORIR EN EL ALTO
Desde la desarbolada e inhóspita ciudad de El Alto, a tres mil novecientos metros sobre el nivel del mar, se puede ver lo grande que es La Paz, capital administrativa de Bolivia. No hay grandes edificios. Los monumentos más imponentes son una mole de hierros retorcidos que forman la imagen de Ernesto Che Guevara, y un obelisco cuadrado de unos veinte metros de altura con la leyenda: “El Alto de pie, nunca de rodillas”. Este lugar, donde vive casi un millón de habitantes, que en su gran mayoría llegaron huyendo de las miserias del campo, es el bastión del Movimiento al Socialismo (MAS) que dirige Morales.
El 19 de noviembre por la mañana, unos trescientos manifestantes se congregaron en las puertas de la Planta de Senkata, una de las distribuidoras de gas más importantes de la empresa estatal YPFB, a unos pocos kilómetros del centro de El Alto. La protesta contra el Gobierno de facto parecía controlada. El paso por la ruta se encontraba cortado por gomas que ardían bajo un sol radiante, y las vecinas del lugar, vestidas de la cabeza a los pies con el atuendo tradicional del Altiplano —largas faldas brillantes sobre varias capas de enaguas, chales bordados y sombrero hongo—, observaban a cierta distancia.
Dos helicópteros del ejército sobrevolaban el lugar. Luego llegaron camiones con militares, tres tanquetas y decenas de camionetas cargadas de policías. No hubo discusiones ni preavisos. Tampoco hizo falta una comisión de negociadores para que los manifestantes desalojen la ruta que cruza frente a la planta de distribución de garrafas.
El proyectil de gas lacrimógeno que se disparó desde uno de los helicópteros fue la señal para que los militares comenzaran a los tiros. Ni la lluvia de piedras, palos y esporádicas molotov caseras logró frenar el avance de los uniformados, que en no más de cuarenta y cinco minutos habían desalojado la zona y rodeaban Senkata —especialmente el Barrio 25 de Julio—, adonde se habían refugiado los manifestantes. Entre los militares no hubo bajas, sólo algún que otro herido a causa de las piedras. Los civiles llevaron la peor parte: dos muertos y decenas de heridos. Pero la masacre estaba en plena ejecución.
La desenfrenada intervención militar no había hecho más que calentar el ambiente. No había forma de volver hacia la ruta sin sentir de cerca los proyectiles de los militares. Los vecinos cerraban sus puertas y ventanas, las persianas de los comercios estaban bajas. Sólo se escuchaban detonaciones, gritos, los desesperados llantos de las señoras con sombrero hongo que corrían en todas direcciones y los motores de los dos helicópteros. Los hombres y jóvenes huían de las balas y los gases de los uniformados. A su paso destruían canteros y veredas para aprovisionarse de piedras.
Camino hacia la otra punta, cuatro chicos de no más de quince años volaban a los tropezones mientras gritaban que los policías venían de aquel lado. No había hacia dónde escapar. Después de pasar una media hora en la Salita de Primeros Auxilios colmada de heridos corro hacia el Centro Cívico, un edificio de dos plantas a medio construir. Alguien me había dicho que se encontraba a unas cuatro cuadras, que allí había otros heridos y que las ambulancias estaban llegando porque los militares decidieron permitirles el paso.
Antes de saltar a ese puesto me encuentro con Narciso Contreras, un experimentado reportero gráfico que ya había pasado por Libia y Siria, entre otros infiernos, y ahora tomaba fotos para AFP. En el Centro Cívico las cosas no eran mejores. Había gritos, llantos y los vecinos se movilizaban para buscar algodón, gasas, alcohol.
“Yo les pido por favor que paren esto. Ya militares, tengan piedad de su población”, me dijo una de las pocas médicas que se encontraban en el lugar, mientras la filmaba con mi celular. Aquella noche, con Narciso dormimos escondidos en el Centro Cívico, sobre los mismos colchones donde horas antes habían estado los muertos.
UN CONFLICTO DE SIGLOS
Desde que explotó la fiebre por el “oro blanco”, la región boliviana de Potosí se volvió un polvorín. El área es poseedora de las reservas de litio más grandes del mundo. Empresas de Estados Unidos, China, Canadá, Alemania, España, Rusia, India y Turquía buscan establecerse en el lugar. No es la primera vez que el pueblo potosino se enfrenta a quienes quieren extraer sus recursos por poco a cambio: durante la Conquista española vieron como arrasaban con una de las minas de plata más importantes del planeta.
En 2010 el Comité Cívico Potosinista (Comcipo) impulsó una huelga regional de diecinueve días en demanda de industria e infraestructuras, con el fin de contribuir a la explotación de litio. En 2015 hubo otra protesta, un paro de veintisiete días, y una marcha hasta La Paz. Reclamaban en contra de la iniciativa de Evo Morales de industrializar el litio a través del Estado.
A fines de 2018 el gobierno decide formar una sociedad mixta entre la estatal Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB) y la alemana ACI Systems para la explotación de hidróxido de litio en el salar potosino de Uyuni. Una inversión de novecientos millones de dólares, en un plazo de unos tres años, para la producción de baterías para el gran mercado de los autos eléctricos en el que compiten Asia, América y Europa.
El 7 de octubre de 2019, dos semanas antes de las polémicas elecciones, el Comcipo volvió a la carga y con el apoyo de la oposición a Morales llamó a una huelga general indefinida, pidiendo la anulación del decreto que autorizó la sociedad mixta. El 3 de noviembre, con protestas en todos lados, con la oposición pidiendo la anulación de las elecciones y los militares presionando, el mandatario decidió anular el convenio con la empresa alemana. Pero la medida resultaba tardía. Las cartas de Morales ya estaban echadas y el 10 de noviembre renuncia, diciendo que fue derrocado por un “golpe de Estado”. Días más tarde, en su exilio mexicano, responsabilizó al “golpe del litio”.
Si bien es cierto, como lo indicaron diversos medios en su momento, que el magnate Elon Musk recibe litio de Australia, algunas informaciones indican que también “es uno de los clientes de ACI Systems” la firma a la que Morales le había anulado un convenio de explotación para lanzar la absoluta estatización de la industria del litio.
En julio del año pasado, Musk escribió en Twitter que “otro paquete de estímulo del Gobierno (de Bolivia) que no va en beneficio de la gente” cuando le recordaron el golpe de Estado a Evo. Y contestó: “¡Le vamos a dar un golpe a quien se nos cante, bancátela!”.
De regreso a Bolivia en noviembre, el líder del Movimiento al Socialismo dio una conferencia de prensa en la que sólo habló del “oro blanco”. Dijo que el proyecto que tenía su gobierno para industrializar el litio se retomará ahora que su ex ministro de Economía Luis Arce, es el nuevo presidente por los próximos cinco años. Hoy el MAS volvió al poder, pero aún nadie sabe qué pasará con “la guerra del litio” ni con los deudos de los masacrados de Senkata y Sacaba, que siguen pidiendo que no haya impunidad. ∞
ARGENTINA Y EL LITIO
Según datos de 2018 del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS), “alrededor del 67 por ciento de las reservas probadas de litio, y cerca de la mitad de la oferta global, se concentra en la región denominada Triángulo del Litio”. La región boliviana de Potosí es poseedora de las reservas del “oro blanco” certificadas como las más grandes del mundo. Argentina cuenta con 1/7 de las reservas, lo que la ubica “en la cuarta posición global, y aporta cerca de 1/6 de la producción total, lo que la colota tercera en el ranking mundial”. El USGS destacó que la Argentina “es el país con mayor cantidad de recursos con potencial valor económico, aunque no de probada factibilidad y rentabilidad, con algo más del 20 por ciento del total mundial. EL litio disponible allí está concentrado mayormente en tres provincias: Catamarca, Jujuy y Salta”. Según un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), “la Argentina tiene potencial para convertirse en el principal productor mundial de carbonato de litio”.
Duelo ante Dios
Al final de la tarde, los carteles con los nombres de las víctimas y de los heridos eran pegados en las paredes del Centro Cívico de Senkata y en las puertas de las salas de primeros auxilios. Por la noche, los muertos eran velados en una pequeña capilla, mientras el ejército mantenía el cerco sobre el barrio.
“En Estados Unidos existe una gran preocupación por el litio, y este golpe es al litio. No quieren que nosotros le demos el valor agregado al litio como Estado. Siempre quieren que nuestros recursos naturales estén en manos de las transnacionales”
Evo Morales en noviembre, tras volver a Bolivia luego de su exilio en México y Buenos Aires.